EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA
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Los huéspedes importunos

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Mensaje por Roana Varela Jue Ago 24, 2017 4:26 am

En una ocasión dijo un gallo a una gallina.

-Ya es la estación de las nueces, iremos al prado antes que las coja todas la ardilla.

-Excelente idea, contestó la gallina, partamos pues; nos divertiremos mucho.

Fueron juntos al prado, donde permanecieron hasta la noche; entonces ya por vanidad, ya porque habían comido demasiado, no quisieron volver a pie a su casa, y el gallo se vio obligado a hacer un carrito con cáscaras de nuez. Cuando estuvo arreglado se sentó donde la gallina y mandó al gallo que se enganchase a la lanza.

-Tú estás equivocada, la contestó el gallo, mejor quiero volver a pie que engancharme como una yegua; no, eso no entra en nuestro convenio; en un caso haré de cochero y me sentaré en el pescante; pero arrastrar un coche, ¡ca!, eso no lo haré yo nunca.

Mientras disputaban de esta manera comenzó a gritar un ánade:

-¡Ah! ¡Ladrones! ¿Quién os ha dado permiso para estar bajo mis nogales? Esperad ¡Yo os arreglaré!

Y se precipitó con el pico abierto sobre el gallo, pero este volviendo las tornas sacudió bien al ánade, le puso el cuerpo como nuevo a picotazos, de modo que se dio por vencida y se dejó enganchar en el carruaje en castigo de su temeridad. El gallo se sentó en el pescante para dirigir el carro, que lanzó a la carrera gritando:

-¡Al galope!, ánade, ¡al galope!

Cuando habían andado ya un gran trecho del camino encontraron dos viajeros que iban a pie; eran un alfiler y una aguja que les gritaron:

-¡Alto!, ¡alto! Bien pronto, añadieron, será de noche y no podremos andar más, porque el camino está lleno de barro y nos hemos detenido bebiendo cerveza a la puerta de la posada del sastre, por lo que os suplicamos nos dejéis subir hasta la posada.

El gallo, en atención a la flaqueza de los recién llegados, y del poco lugar que ocuparían por lo tanto, accedió a recibirlos, pero a condición de que no pinchasen a nadie.

Por la noche, ya muy tarde, llegaron a una posada, y como no querían exponerse pasándola en el camino, y el ánade estaba muy cansada decidieron entrar. El posadero puso en un principio muchas dificultades. La casa estaba llena de gente y los nuevos viajeros no le parecieron de una condición muy elevada, pero vencido al fin por sus buenas palabras y por la promesa que le hicieron de dejarle el huevo que acababa de poner la gallina en el camino, y aun el ánade, que ponía uno todos los días, accedió a recibirlos por aquella noche. Se hicieron servir a cuerpo de rey y la pasaron de broma.

A la mañana siguiente, al apuntar el día, cuando todos dormían aun, despertó el gallo a la gallina y rompiendo el huevo a picotazos, se lo comieron entre los dos y echaron las cáscaras en la ceniza; fueron en seguida a coger la aguja, que dormía profundamente, y tomándola por el ojo, la pusieron en el sillón del posadero, haciendo lo mismo con el alfiler que prendieron en la toalla, después se salieron volando por la ventana. El ánade, que se había quedado en el corral para dormir a cielo raso, se levantó al oírlos, y metiéndose por un arroyo que pasaba por debajo de la pared, salió mucho más pronto que había entrado la noche anterior cuando venía corriendo la posta.

A las dos horas, poco más o menos, se levantó de la cama el posadero, y después de haberse lavado, cogió la toalla para secarse; pero se arañó el rostro con el alfiler, que le hizo una señal encarnada que le cogía de oreja a oreja. Bajó en seguida a la cocina para encender la pipa, pero al soplar la lumbre, le saltaron a los ojos los restos de la cáscara del huevo.

-Todo conspira hoy contra mí, se dijo a sí mismo.

Y se dejó caer disgustado en su ancho sillón; mas pronto se levantó dando gritos, pues la aguja se le había clavado hasta más de la mitad; y no era en la cara. Este último acontecimiento acabó de exasperarle; sus sospechas recayeron en el acto en los viajeros que había recibido la noche anterior; y en efecto, cuando fue a ver lo que se hacían, habían desaparecido. Entonces juró no volver a recibir en su casa a ninguno de esos huéspedes importunos que hacen mucho gasto, no pagan, y no contentos aún, suelen jugar alguna mala pasada.

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