EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA
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El carretero y Atlas

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Mensaje por Pablo Martin Mar Sep 14, 2021 3:40 am



El carretero y Atlas
Narrado por: Beatriz Barnes

Había una vez un campesino que se llamaba Juan. Era un hombre muy bueno, pero un poco distraído y muy protestón. Si una mosca lo picaba, Juan protestaba como si un elefante le hubiera pisado un pie; si tropezaba con una piedrecita en el camino, refunfuñaba como si hubiera chocado con un buzón. Lo llamaban Juan Regaña.

Juan Regaña tenía una carreta, y con su carreta iba a todas partes. Si cosechaba papas, en la carreta las llevaba al mercado. Cuando necesitaba leña, al bosque iba con su carreta a buscar los leños. Y cuando el trigo maduraba, cargaba Juan en su carreta las gavillas doradas y las llevaba al molino. Claro que siempre le ocurría algo. Algo que a los otros campesinos nunca les ocurría. Entonces Juan apretaba los puños y saltaba hasta el techo, bajaba y volvía a saltar. Protestaba todo lo que podía, y tan fuerte, que los vecinos decían: –¡Ahí está otra vez regañando, Juan Regaña! Un día cargó la carreta con leña, se puso el sombrero hasta las orejas, subió y tomó las riendas, diciendo:
–¡Ale, ale, caballos! Pero la carreta no se movió. Juan apretó los puños, tiró el sombrero al suelo, y vio entonces que los caballos comían muy tranquilos en el prado. ¡Se había olvidado de engancharlos al carro! 

Otro día sacó una rueda y la limpió hasta dejarla reluciente. Después subió a la carreta e intentó hacerla marchar, pero la carreta no se movió. Juan protestó y regañó, hasta que vio la rueda sobre el pasto. ¡Claro, se había olvidado de colocarla! Así iban las cosas hasta que un día Juan cargó la carreta con heno y salió rumbo al pueblo. La carreta estaba completa y los caballos enganchados a la carreta. 

Era una mañana preciosa  y Juan se encontraba de muy buen humor. Bueno, no tanto como muy bueno, pero sí bastante bueno, tratándose de Juan Regaña. Mientras iba en su carreta, disfrutaba del canto de los pájaros y de las encinas movidas por el viento. 
En el camino se cruzó con el panadero, con el pastor y con el lechero, que estaban haciendo su trabajo, y a todos los saludó amablemente. Al rato de marchar y marchar llegó a cierto punto del camino donde, al pasar al lado del gran roble, se le atascó la carreta. Juan estaba de buen humor... y no protestó. Bajó, miró la carreta por todos lados, habló en voz baja con los caballos, y volvió a subirse a la carreta. Pero la carreta no se movió.

Entonces Juan tiró su sombrero, que salió volando, y junto con el sombrero voló el buen humor de Juan Regaña. Dijo y gritó tantas maldiciones, que mejor será no reproducirlas aquí. Llenaríamos como tres páginas y media y resultaría muy aburrido leer tres páginas y media de las maldiciones de Juan Regaña. Pero, aparte de maldecir, Juan se acordaba de Atlas, un dios muy forzudo y grandote que hace muchísimos millones de años dicen que llevó un mundo entero sobre sus hombros.

–¡ATLAS! –gritaba Juan Regaña–. ¡Tú, que tienes tanta fuerza y una vez llevaste un mundo sobre tus hombros, bien puedes ayudarme a sacar la carreta de este atolladero!

 –¡Atlas, ayúdame porque ya estoy perdiendo toda la mucha, muchísima paciencia que tengo! Durante dos horas y media Juan gritó tanto y tan fuerte, que a pesar de que Atlas no levanta más mundos y hace montones de años que anda volando por ahí, muy tranquilo, oyó las protestas y las súplicas de Juan Regaña atascado en el camino. Entonces se fue para abajo volando y se sentó en el gran roble. 

–¡Atlas! –seguía llamando Juan Regaña. –¿Para qué gritas tanto, si te estoy oyendo? –dijo Atlas. –¡ATLAS! –seguía gritando Juan, tan fuerte y con tanta rabia, que no veía nada de nada–. 

¡Maldición de las maldiciones malditas! –tronaba y vociferaba Juan, dando saltos y brincos de rabia. Y de pronto, en un salto de aquellos, dio con la cabeza en la copa del gran roble y vio allí a Atlas sentado. 

A pesar de que hacía más de dos horas y media que llamaba y gritaba, se sorprendió tanto de verlo, que cayó sentado y no se levantó. –¿Qué te ocurre? –le preguntó Atlas. –¿No ves lo que me está ocurriendo? –replicó Juan Regaña. –Lo que veo es que no pasas de ese roble y hace rato que estás ahí vociferando. –¿Cómo voy a pasarlo, si eso es lo que me ocurre, que se me atascó la carreta y no va ni para atrás ni para adelante? –¿Has probado otra cosa que no sea gritar y maldecir? –preguntó Atlas. Pero ya Juan no lo oía. Clamaba, saltaba, gritaba: –¡Tú, Atlas, solo tú, puedes ayudarme!

–¿Yo? –dijo Atlas–. Si fuera para levantar un mundo, todavía. Pero de carretas entiendes tú, que eres carretero. ¿Por qué no tienes calma y miras bien? La rueda está llena de barro, límpiala, por lo pronto, Juan. Y Juan limpió la rueda de prisa. –Hay una piedra muy grande. Toma, pues, el pico y pícala, Juan. Y Juan picó la piedra, ¡bien picadita! –Hay un pozo, cúbrelo de tierra. Y Juan lo cubrió de tierra hasta el tope.

 –Ahora toma el látigo. Juan tomó entonces el látigo y la carreta partió ligerito, ligerito. –¡Gracias, Atlas! ¡Cómo me has ayudado! –decía Juan, que ni cuenta se daba de que todo el trabajo lo había hecho él mismo, pero razonando y sin quejarse, con la cabeza serena –. ¡Te llamaré todas las veces que necesite! –¿Qué? –dijo Atlas–. ¿Hacerme venir volando por estas simplezas? Cuando te ocurran esas cosas, mejor te llamas a ti mismo a la calma. –¿La calma? ¡No la conozco! –dijo Juan. –Te vendrá bien conocerla, porque gritas y maldices como si fueras JUAN REGAÑA. –¿Juan Regaña? ¡Ese soy yo! –dijo boquiabierto Juan. Pero ya Atlas volaba tan alto, que no lo oyó. 

Así que nunca supo que sí, que en verdad Juan era el verdadero Juan Regaña. Claro que desde aquel día, Juan recurrió a la calma, y entonces protestó cada vez menos. Hasta que ya no fue más Juan Regaña, sino Juan... ¡Juan a secas...!
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El carretero y Atlas Empty Re: El carretero y Atlas

Mensaje por Armando Lopez Jue Jun 02, 2022 5:18 am

El carretero y Atlas 88810

Un gusto leer este trabajo, gracias por el aporte.
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