EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA
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EL JABALÍ DE ERIMANTO

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Mensaje por Roque Miér Nov 17, 2021 10:15 pm

El mensajero de Euristeo le comunicó a Heracles su nueva tarea: debía atrapar vivo al Jabalí de Erimanto. El héroe estaba furioso porque su primo se negaba a considerar como uno de sus diez trabajos el vencer a la Hidra de Lerna. Pero atrapar al Jabalí le resultaría tan sencillo que en cierto modo era una compensación. El Jabalí era un animal de tamaño gigantesco. Devastaba las cosechas de Erimanto y, como era tan grande, los campesinos no se atrevían a enfrentarlo.

Destruía las redes y mataba a los perros con los que intentaban cazarlo. Pero no era un monstruo ni tenía poderes sobrenaturales. Sintiéndose tranquilo y seguro, Heracles emprendió el camino hacia Erimanto. Al atravesar el Bosque de los Centauros, aceptó la invitación a cenar del buen Folo, mitad hombre y mitad caballo, pero todo él gran amigo de Heracles. Los centauros eran seres violentos y salvajes, pero Folo era diferente.

Recibió a Heracles con deliciosa carne asada, a pesar de que él comía solamente carne cruda. Y le ofreció agua fresca de manantial para beber. —¿Y el vino? —preguntó Heracles. —Aquí está, pero no puedo servírtelo: es el vino de los centauros y sé que a mis compañeros no les gustaría que te convidara. —No se irritarán porque me sirvas una copa de vino. Y además, yo te protejo — insistió Heracles.

Ojalá no lo hubiera hecho. Al destapar la vasija, el delicioso aroma del vino salió de la casa de Folo y se extendió por el bosque. Poco después, un ejército de centauros enfurecidos rodeaba la caverna, armados con rocas, árboles enteros y antorchas encendidas. Heracles comenzó a disparar sus flechas envenenadas con tremenda puntería.

Los centauros caían muertos alrededor de la cueva y finalmente los que quedaban vivos decidieron escapar. Muy asombrado, Folo se acercó a uno de los centauros muertos y arrancó una flecha que estaba clavada apenas en la superficie de la piel. —¿Cómo puede ser que algo tan pequeño mate a un enorme centauro? — preguntó. Heracles corrió hacia él con la intención de quitarle el peligroso proyectil de las manos, pero ya era tarde. Sin querer, Folo dejó caer la flecha, que le hizo un rasguño en una pata.

 Era todo lo que necesitaba para actuar el terrible veneno de la Hidra de Lerna. Folo cayó muerto a los pies de Heracles, que nada pudo hacer para ayudarlo. Heracles parecía condenado por el destino a ver morir a sus amigos y a los seres que amaba. Con el corazón entristecido, el héroe siguió su camino hacia Erimanto.

Allí persiguió al Jabalí hasta que consiguió acorralarlo en un monte cubierto de espesa nieve, donde se hundían las patas del animal, que corrió y corrió hasta que el agotamiento lo obligó a detenerse. De un salto, Heracles se montó sobre su lomo y con una pesada cadena consiguió atarlo.

Con el Jabalí de Erimanto vivo, retorciéndose furioso sobre sus hombros, Heracles llegó a Micenas. Esta vez a Euristeo no le alcanzó con refugiarse en su palacio: se había mandado a construir una enorme vasija de bronce semienterrada en el jardín, y allí se metió para ocultarse de su primo y del tremendo Jabalí vivo que le había traído de regalo.


Ana María Shua
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