A veces no se regresa
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A veces no se regresa
A veces no se regresa
Allí estaba girando y proyectando luces en la habitación en penumbras. Sabía que si cerraba los ojos se internaría en un mundo calidoscópico y multicolor.
En un puño apretaba una lista de palabras. Palabras nuevas y mágicas. Debía susurrarlas como el soplo de una brisa suave frente al cilindro que estallaba en haces de luz y su voz sonaría con otras tonalidades. Era parte del rito. Repetir como un mantra las palabras hasta sentirse eclipsada por esa voz que ya no era la suya sino otra que rebotaba monocorde entre los huecos del cilindro y se corporizaba en figuras abstractas. Mi piel nunca te olvidará habría escrito en el papel. Pensó cuidadosamente las palabras y esas eran las indicadas. Mi piel nunca te olvidará.
(Volvamos atrás para entender por qué ella se encontraba ahora frente a esta insólita máquina y qué sucedería esa tarde en que decidió exponer sus deseos, abrir la puerta más secreta y que poblaran el aire con sus alas para sentir en la piel el leve roce.)
Todo comenzó durante un viaje, un pueblito de provincia, como todos los pueblos, calles con grandes avenidas, un boulevard de palmeras y de árboles inmensos que parecían manos elevadas hacia el cielo.
Algunos cafés y restaurantes en la calle principal alrededor de la plaza y una encantadora librería de viejos. Allí encontró el ejemplar de la Máquina de sueños, escrito por un surrealista en las primeras décadas del siglo pasado.
(Sin duda quien inventa esta historia, la que escribe tratando de descifrar los enigmas, no encuentra un recurso nuevo para relacionar a la protagonista con la máquina de los sueños, tema principal de este relato. Sabe que el viejo truco del libro encontrado en una librería misteriosa es harto conocido pero no puede vencer la tentación o no le importa ser original o simplemente el acento no está puesto en esos pequeños detalles. En realidad nuestra escritora está tan desorientada como su protagonista.Y mientras resuelve hacia donde la llevará la historia, decide hacer un descanso, un rodeo que le permita avanzar lentamente, y qué mejor que describir una situación con acento moroso. Veamos.)
Durante mucho tiempo recordaría esos árboles recortándose contra el paisaje. Quizás porque en esa geografía se sintió segura y protegida. Quizás por el encuentro con el libro. Nunca pensó que algo tan simple como la lectura de un viejo libro le transformara la vida para siempre.
Cuando lo compró, se sentó en un café frente a la plaza y enseguida se sintió atraída por la lectura. Pasaron horas, hasta que logró apartar los ojos de sus páginas y se dió cuenta que se encendían las primeras luces de las calles y que el cielo adquiría esa tonalidad rojiza cercana al anochecer. Este no era un libro de esos que se encuentran en una librería de viejos de un pueblo olvidado. Comenzó a imaginarse por cuántas manos había pasado y por cuantas ciudades, entonces descubrió que era una primera edición, impresa en Londres por la Editorial Sigil.
Se lleva un libro sorprendente, le dijo el librero, tenga cuidado. El hombre de aspecto extraño, con una voz ronca y de acento extranjero, parecía un personaje extraído de las novelas de Dickens.
¿Por qué? le preguntó.
Ya encontrará las respuestas, dijo y no pudo sacarle más información.
(La escritora miente, ella no tiene la menor idea en este punto del relato de cuál será el misterio y mucho menos las respuestas que encontrará la protagonista en ese viejo libro, pero claro, decide confundir al lector, tirarle un señuelo para que su interés no disminuya en las primeras páginas de la historia)
La máquina de sueños se refería esencialmente a ritos y procedimientos para su armado, con una fundamentación ideológica cercana al misticismo y a la magia. Luego se narraban diversos testimonios de gente que había logrado corporizar sus sueños en una búsqueda interior que iba al encuentro de sus más íntimos deseos.
Durante su estadía en el pueblo logró terminar el libro y guiada por un cuaderno de notas se sintió predispuesta a iniciar su primera experiencia en cuanto llegara a su casa.
(Esto es más o menos lo que sucedió antes de que ella construyera su máquina de sueños y estuviera por iniciar su primer experiencia. Ahora volvamos al principio.)
Mi piel nunca te olvidará mi piel nunca
te olvidará mi piel
nunca te olvidará
mipielnuncate
fue susurrando este mantra hasta que decidió, como indicara el libro, escribir una frase que solo ella comprendiera, eliminando las letras que se repetían. entonces surgió: Mipelnucatovdr que luego transformó en una palabra pronunciable
drovcatunpelmi.
Son pocos los que se animan a tocarse a sí mismos, decía el libro. Solo pronunciando el mantra con la mente en blanco, en estado de angustia, en pleno orgasmo, los deseos podrían accionar la máquina de sueños. Sólo estando desnudos ante sí mismos. En la penumbra alumbrada por una vela, con la máquina en el centro encendida y girando locamente. Junto a ella una foto con un paisaje marino, un muelle a lo lejos, una casa sobre la playa, todo bañado en la luz amarillenta del atardecer. Una melodía, un olor a lavandas. En un momento, su oración se hizo sólo música y sus ojos cerrados ante las luces fueron creando imágenes cada vez más nítidas hasta dibujar su rostro, el de él, tan cercano y real que podía tocarlo con las manos. Sus pies desnudos sobre la arena volviendo sobre sus huellas como intentando desandar un camino predestinado, la guiaron detrás de la suave ondulación de un médano. Allí la casa, el muelle, el ventanal. Se vió a sí misma abriendo las ventanas, internándose en la casa, saludándola detrás del vidrio como pez en la pecera, alcanzó a percibir el aroma de las lavandas que crecían al costado de la terraza ¿Y dónde estaba él? ¿Acaso no había construido la máquina para verlo aunque fuera una vez más, recordar su rostro, abrazarlo, volver a tenerlo? Recordó entonces la casa, no era sueño ni invento ese paisaje, alguna vez la había habitado. Sintió frío, allí detenida en la terraza viéndose del otro lado del vidrio, en el fondo de la habitación una sombra intentaba corporizarse, ella sentía que su memoria le iba dando vida, la reconstruía como una vieja foto en sepia, y el hombre despojado de esa bruma iba volviendo o parecía al menos vivo en su caminar pausado hacia ella. Se situó a sus espaldas, podía sentir el aliento tibio sobre su nuca, no quiso volverse por miedo a perderlo nuevamente, sabía que estaba dentro de un sueño y también sabía que todo sueño es un relámpago, un efímero segundo que puede quebrarse ante el menor movimiento. Ambos permanecieron inmóviles mirando tras el ventanal, ese mar infinito que se rompía en el borde del tiempo.
(La escritora no sabe si dar fin al hechizo y despertar a su protagonista o dejarla traspasar ese limite impreciso entre el sueño y la realidad. Sólo ve la habitación a oscuras iluminada por los haces de luz de una máquina inventada y a una pobre mujer enamorada de un fantasma que intenta revivir a cualquier precio, incluso el de su propia locura. Una frase final espera el momento justo, exactamente dos líneas más abajo. Es un recurso fácil piensa la que escribe, quizás el relato ya terminó y busco ese remate que me permita abandonar esta absurda historia de máquinas soñadoras. Siente el impulso de iluminar todo el maldito texto y deletearlo. Y también el temor de que el lector a esta altura dé la autorización para hacerlo y le diga: ¿No ha pensando dedicarse a otra cosa, señora? Los lectores son crueles e implacables y ella está abusando del recurso de infiltrarse en el relato, justificarse, hacer del dlscurso un pretexto banal. Ya es tarde, siente esa necesidad de abortar la historia, de concluirla sin más. La frase espera agazapada a pie de página. El lector tendrá que contentarse con ella, con este final ambiguo que no resuelve nada ni explica nada. Debe pensar a esta altura que no hay contrato de verosimilitud posible, que no hay respuestas misteriosas, ni historia, que el mar infinito seguirá rompiendo su oleaje en el borde del tiempo y no hay nada que hacer.)
Adriana Agrelo
Allí estaba girando y proyectando luces en la habitación en penumbras. Sabía que si cerraba los ojos se internaría en un mundo calidoscópico y multicolor.
En un puño apretaba una lista de palabras. Palabras nuevas y mágicas. Debía susurrarlas como el soplo de una brisa suave frente al cilindro que estallaba en haces de luz y su voz sonaría con otras tonalidades. Era parte del rito. Repetir como un mantra las palabras hasta sentirse eclipsada por esa voz que ya no era la suya sino otra que rebotaba monocorde entre los huecos del cilindro y se corporizaba en figuras abstractas. Mi piel nunca te olvidará habría escrito en el papel. Pensó cuidadosamente las palabras y esas eran las indicadas. Mi piel nunca te olvidará.
(Volvamos atrás para entender por qué ella se encontraba ahora frente a esta insólita máquina y qué sucedería esa tarde en que decidió exponer sus deseos, abrir la puerta más secreta y que poblaran el aire con sus alas para sentir en la piel el leve roce.)
Todo comenzó durante un viaje, un pueblito de provincia, como todos los pueblos, calles con grandes avenidas, un boulevard de palmeras y de árboles inmensos que parecían manos elevadas hacia el cielo.
Algunos cafés y restaurantes en la calle principal alrededor de la plaza y una encantadora librería de viejos. Allí encontró el ejemplar de la Máquina de sueños, escrito por un surrealista en las primeras décadas del siglo pasado.
(Sin duda quien inventa esta historia, la que escribe tratando de descifrar los enigmas, no encuentra un recurso nuevo para relacionar a la protagonista con la máquina de los sueños, tema principal de este relato. Sabe que el viejo truco del libro encontrado en una librería misteriosa es harto conocido pero no puede vencer la tentación o no le importa ser original o simplemente el acento no está puesto en esos pequeños detalles. En realidad nuestra escritora está tan desorientada como su protagonista.Y mientras resuelve hacia donde la llevará la historia, decide hacer un descanso, un rodeo que le permita avanzar lentamente, y qué mejor que describir una situación con acento moroso. Veamos.)
Durante mucho tiempo recordaría esos árboles recortándose contra el paisaje. Quizás porque en esa geografía se sintió segura y protegida. Quizás por el encuentro con el libro. Nunca pensó que algo tan simple como la lectura de un viejo libro le transformara la vida para siempre.
Cuando lo compró, se sentó en un café frente a la plaza y enseguida se sintió atraída por la lectura. Pasaron horas, hasta que logró apartar los ojos de sus páginas y se dió cuenta que se encendían las primeras luces de las calles y que el cielo adquiría esa tonalidad rojiza cercana al anochecer. Este no era un libro de esos que se encuentran en una librería de viejos de un pueblo olvidado. Comenzó a imaginarse por cuántas manos había pasado y por cuantas ciudades, entonces descubrió que era una primera edición, impresa en Londres por la Editorial Sigil.
Se lleva un libro sorprendente, le dijo el librero, tenga cuidado. El hombre de aspecto extraño, con una voz ronca y de acento extranjero, parecía un personaje extraído de las novelas de Dickens.
¿Por qué? le preguntó.
Ya encontrará las respuestas, dijo y no pudo sacarle más información.
(La escritora miente, ella no tiene la menor idea en este punto del relato de cuál será el misterio y mucho menos las respuestas que encontrará la protagonista en ese viejo libro, pero claro, decide confundir al lector, tirarle un señuelo para que su interés no disminuya en las primeras páginas de la historia)
La máquina de sueños se refería esencialmente a ritos y procedimientos para su armado, con una fundamentación ideológica cercana al misticismo y a la magia. Luego se narraban diversos testimonios de gente que había logrado corporizar sus sueños en una búsqueda interior que iba al encuentro de sus más íntimos deseos.
Durante su estadía en el pueblo logró terminar el libro y guiada por un cuaderno de notas se sintió predispuesta a iniciar su primera experiencia en cuanto llegara a su casa.
(Esto es más o menos lo que sucedió antes de que ella construyera su máquina de sueños y estuviera por iniciar su primer experiencia. Ahora volvamos al principio.)
Mi piel nunca te olvidará mi piel nunca
te olvidará mi piel
nunca te olvidará
mipielnuncate
fue susurrando este mantra hasta que decidió, como indicara el libro, escribir una frase que solo ella comprendiera, eliminando las letras que se repetían. entonces surgió: Mipelnucatovdr que luego transformó en una palabra pronunciable
drovcatunpelmi.
Son pocos los que se animan a tocarse a sí mismos, decía el libro. Solo pronunciando el mantra con la mente en blanco, en estado de angustia, en pleno orgasmo, los deseos podrían accionar la máquina de sueños. Sólo estando desnudos ante sí mismos. En la penumbra alumbrada por una vela, con la máquina en el centro encendida y girando locamente. Junto a ella una foto con un paisaje marino, un muelle a lo lejos, una casa sobre la playa, todo bañado en la luz amarillenta del atardecer. Una melodía, un olor a lavandas. En un momento, su oración se hizo sólo música y sus ojos cerrados ante las luces fueron creando imágenes cada vez más nítidas hasta dibujar su rostro, el de él, tan cercano y real que podía tocarlo con las manos. Sus pies desnudos sobre la arena volviendo sobre sus huellas como intentando desandar un camino predestinado, la guiaron detrás de la suave ondulación de un médano. Allí la casa, el muelle, el ventanal. Se vió a sí misma abriendo las ventanas, internándose en la casa, saludándola detrás del vidrio como pez en la pecera, alcanzó a percibir el aroma de las lavandas que crecían al costado de la terraza ¿Y dónde estaba él? ¿Acaso no había construido la máquina para verlo aunque fuera una vez más, recordar su rostro, abrazarlo, volver a tenerlo? Recordó entonces la casa, no era sueño ni invento ese paisaje, alguna vez la había habitado. Sintió frío, allí detenida en la terraza viéndose del otro lado del vidrio, en el fondo de la habitación una sombra intentaba corporizarse, ella sentía que su memoria le iba dando vida, la reconstruía como una vieja foto en sepia, y el hombre despojado de esa bruma iba volviendo o parecía al menos vivo en su caminar pausado hacia ella. Se situó a sus espaldas, podía sentir el aliento tibio sobre su nuca, no quiso volverse por miedo a perderlo nuevamente, sabía que estaba dentro de un sueño y también sabía que todo sueño es un relámpago, un efímero segundo que puede quebrarse ante el menor movimiento. Ambos permanecieron inmóviles mirando tras el ventanal, ese mar infinito que se rompía en el borde del tiempo.
(La escritora no sabe si dar fin al hechizo y despertar a su protagonista o dejarla traspasar ese limite impreciso entre el sueño y la realidad. Sólo ve la habitación a oscuras iluminada por los haces de luz de una máquina inventada y a una pobre mujer enamorada de un fantasma que intenta revivir a cualquier precio, incluso el de su propia locura. Una frase final espera el momento justo, exactamente dos líneas más abajo. Es un recurso fácil piensa la que escribe, quizás el relato ya terminó y busco ese remate que me permita abandonar esta absurda historia de máquinas soñadoras. Siente el impulso de iluminar todo el maldito texto y deletearlo. Y también el temor de que el lector a esta altura dé la autorización para hacerlo y le diga: ¿No ha pensando dedicarse a otra cosa, señora? Los lectores son crueles e implacables y ella está abusando del recurso de infiltrarse en el relato, justificarse, hacer del dlscurso un pretexto banal. Ya es tarde, siente esa necesidad de abortar la historia, de concluirla sin más. La frase espera agazapada a pie de página. El lector tendrá que contentarse con ella, con este final ambiguo que no resuelve nada ni explica nada. Debe pensar a esta altura que no hay contrato de verosimilitud posible, que no hay respuestas misteriosas, ni historia, que el mar infinito seguirá rompiendo su oleaje en el borde del tiempo y no hay nada que hacer.)
Adriana Agrelo
Hipólita- Cantidad de envíos : 215
Puntos : 41947
Fecha de inscripción : 28/06/2013
Re: A veces no se regresa
Como moderador suplente seré breve .Un placer leer este escrito., gracias por aportar material al foro saludos.
Roque- Poeta especial
- Cantidad de envíos : 542
Puntos : 12504
Fecha de inscripción : 19/09/2021
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