EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA
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Égloga II-Parte 2-1-Garcilaso de la Vega

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Mensaje por EURIDICE CANOVA Vie Ene 06, 2012 4:48 pm

SALICIO

¿Qué’s esto, Nemoroso, y qué cosa
puede ser tan sabrosa en otra parte
a mi como escucharte? No la siento,
cuanto más este cuento de Severo;
dímelo por entero, por tu vida,
pues no hay quien nos impida ni embarace.
Nuestro ganado pace, el viento espira,
Filomena sospira en dulce canto
y en amoroso llanto s’amancilla;
gime la tortolilla sobre’l olmo,
preséntanos a colmo el prado flores
y esmalta en mil colores su verdura;
la fuente clara y pura, murmurando,
nos está convidando a dulce trato.


NEMOROSO

¿Escucha, pues, un rato, y diré cosas
estrañas y espantosas poco a poco.
Ninfas, a vos invoco; verdes faunos,
sátiros y silvanos, soltá todos
mi lengua en dulces modos y sotiles,
que ni los pastoriles ni el avena
ni la zampoña suena como quiero.
Este nuestro Severo pudo tanto
con el süave canto y dulce lira
que, revueltos en ira y torbellino,
en medio del camino se pararon
los vientos y escucharon muy atentos
la voz y los acentos, muy bastantes
a que los repugnantes y contrarios
hiciesen voluntarios y conformes.
A aquéste el viejo Tormes, como a hijo,
le metió al escondrijo de su fuente,
de do va su corriente comenzada;
mostróle una labrada y cristalina
urna donde él reclina el diestro lado,
y en ella vio entallado y esculpido
lo que, antes d’haber sido, el sacro viejo
por devino consejo puso en arte,
labrando a cada parte las estrañas
virtudes y hazañas de los hombres
que con sus claros nombres ilustraron
cuanto señorearon de aquel río.
Estaba con un brío desdeñoso,
con pecho corajoso, aquel valiente
que contra un rey potente y de gran seso,
qu’el viejo padre preso le tenía,
cruda guerra movía despertando
su ilustre y claro bando al ejercicio
d’aquel piadoso oficio. A aquéste junto
la gran labor al punto señalaba
al hijo que mostraba acá en la tierra
ser otro Marte en guerra, en corte Febo;
mostrábase mancebo en las señales
del rostro, qu’eran tales que ’speranza
y cierta confianza claro daban,
a cuantos le miraban, qu’él sería
en quien se informaría un ser divino.
Al campo sarracino en tiernos años
daba con graves daños a sentillo,
que como fue caudillo del cristiano,
ejercitó la mano y el maduro
seso y aquel seguro y firme pecho.
En otra parte, hecho ya más hombre,
con más ilustre nombre, los arneses
de los fieros franceses abollaba.
Junto, tras esto, estaba figurado
con el arnés manchado de otra sangre,
sosteniendo la hambre en el asedio,
siendo él solo el remedio del combate,
que con fiero rebate y con rüido
por el muro batido l’ofrecían;
tantos al fin morían por su espada,
a tantos la jornada puso espanto,
que no hay labor que tanto notifique
cuanto el fiero Fadrique de Toledo
puso terror y miedo al enemigo.
Tras aqueste que digo se veía
el hijo don García, qu’en el mundo
sin par y sin segundo solo fuera
si hijo no tuviera. ¿Quién mirara
de su hermosa cara el rayo ardiente,
quién su replandeciente y clara vista,
que no diera por lista su grandeza?
Estaban de crüeza fiera armadas
las tres inicuas hadas, cruda guerra
haciendo allí a la tierra con quitalle
éste, qu’en alcanzalle fue dichosa.
¡Oh patria lagrimosa, y cómo vuelves
los ojos a los Gelves, sospirando!
Él está ejercitando el duro oficio,
y con tal arteficio la pintura
mostraba su figura que dijeras,
si pintado lo vieras, que hablaba.
El arena quemaba, el sol ardía,
la gente se caía medio muerta;
él solo con despierta vigilancia
dañaba la tardanza floja, inerte,
y alababa la muerte glorïosa.
Luego la polvorosa muchedumbre,
gritando a su costumbre, le cercaba;
mas el que se llegaba al fiero mozo
llevaba, con destrozo y con tormento,
del loco atrevimiento el justo pago.
Unos en bruto lago de su sangre,
cortado ya el estambre de la vida,
la cabeza partida revolcaban;
otros claro mostraban, espirando,
de fuera palpitando las entrañas,
por las fieras y estrañas cuchilladas
d’aquella mano dadas. Mas el hado
acerbo, triste, airado fue venido,
y al fin él, confundido d’alboroto,
atravesado y roto de mil hierros,
pidiendo de sus yerros venia al cielo,
puso en el duro suelo la hermosa
cara, como la rosa matutina,
cuando ya el sol declina al mediodía,
que pierde su alegría y marchitando
va la color mudando; o en el campo
cual queda el lirio blanco qu’el arado
crudamente cortado al pasar deja,
del cual aun no s’aleja presuroso
aquel color hermoso o se destierra,
mas ya la madre tierra descuidada
no le administra nada de su aliento,
que era el sustentamiento y vigor suyo:
tal está el rostro tuyo en el arena,
fresca rosa, azucena blanca y pura.
Tras ésta una pintura estraña tira
los ojos de quien mira y los detiene
tanto que no conviene mirar cosa
estraña ni hermosa sino aquélla.
De vestidura bella allí vestidas
las gracias esculpidas se veían;
solamente traían un delgado
velo qu’el delicado cuerpo viste,
mas tal que no resiste a nuestra vista.
Su diligencia en vista demostraban;
todas tres ayudaban en una hora
una muy gran señora que paría.
Un infante se vía ya nacido
tal cual jamás salido d’otro parto
del primer siglo al cuarto vio la luna;
en la pequeña cuna se leía
un nombre que decía "don Fernando".
Bajaban, d’él hablando, de dos cumbres
aquellas nueve lumbres de la vida
con ligera corrida, y con ellas,
cual luna con estrellas, el mancebo
intonso y rubio, Febo; y en llegando,
por orden abrazando todas fueron
al niño, que tuvieron luengamente.
Visto como presente, d’otra parte
Mercurio estaba y Marte, cauto y fiero,
viendo el gran caballero que encogido
en el recién nacido cuerpo estaba.
Entonces lugar daba mesurado
a Venus, que a su lado estaba puesta;
ella con mano presta y abundante
néctar sobre’l infante desparcía,
mas Febo la desvía d’aquel tierno
niño y daba el gobierno a sus hermanas;
del cargo están ufanas todas nueve.
El tiempo el paso mueve; el niño crece
y en tierna edad florece y se levanta
como felice planta en buen terreno.
Ya sin precepto ajeno él daba tales
de su ingenio señales que ’spantaban
a los que le crïaban; luego estaba
cómo una l’entregaba a un gran maestro
que con ingenio diestro y vida honesta
hiciese manifiesta al mundo y clara
aquel ánima rara que allí vía.
Al niño recebía con respeto
un viejo en cuyo aspeto se via junto
severidad a un punto con dulzura.
Quedó desta figura como helado
Severo y espantado, viendo el viejo
que, como si en espejo se mirara,
en cuerpo, edad y cara eran conformes.
En esto, el rostro a Tormes revolviendo,
vio que ’staba rïendo de su ’spanto.
"¿De qué t’espantas tanto?", dijo el río.
"¿No basta el saber mío a que primero
que naciese Severo, yo supiese
que habia de ser quien diese la doctrina
al ánima divina deste mozo?"
Él, lleno d’alborozo y d’alegría,
sus ojos mantenía de pintura.
Miraba otra figura d’un mancebo,
el cual venia con Febo mano a mano,
al modo cortesano; en su manera
juzgáralo cualquiera, viendo el gesto
lleno d’un sabio, honesto y dulce afeto,
por un hombre perfeto en l’alta parte
de la difícil arte cortesana,
maestra de la humana y dulce vida.
Luego fue conocida de Severo
la imagen por entero fácilmente
deste que allí presente era pintado:
vio qu’era el que habia dado a don Fernando
su ánimo formando en luenga usanza,
el trato, la crïanza y gentileza,
la dulzura y llaneza acomodada,
la virtud apartada y generosa,
y en fin cualquiera cosa que se vía
en la cortesanía de que lleno
Fernando tuvo el seno y bastecido.
Después de conocido, leyó el nombre
Severo de aqueste hombre, que se llama
Boscán, de cuya llama clara y pura
sale’l fuego que apura sus escritos,
que en siglos infinitos ternán vida.
De algo más crecida edad miraba
al niño, que ’scuchaba sus consejos.
Luego los aparejos ya de Marte,
estotro puesto aparte, le traía;
así les convenía a todos ellos
que no pudiera dellos dar noticia
a otro la milicia en muchos años.
Obraba los engaños de la lucha;
la maña y fuerza mucha y ejercicio
con el robusto oficio está mezclando.
Allí con rostro blando y amoroso
Venus aquel hermoso mozo mira,
y luego le retira por un rato
d’aquel áspero trato y son de hierro;
mostrábale ser yerro y ser mal hecho
armar contino el pecho de dureza,
no dando a la terneza alguna puerta.
Con él en una huerta entrada siendo,
una ninfa dormiendo le mostraba;
el mozo la miraba y juntamente,
de súpito acidente acometido,
estaba embebecido, y a la diosa
que a la ninfa hermosa s’allegase
mostraba que rogase, y parecía
que la diosa temía de llegarse.
Él no podía hartarse de miralla,
de eternamente amalla proponiendo.
Luego venia corriendo Marte airado,
mostrándose alterado en la persona,
y daba una corona a don Fernando.
Y estábale mostrando un caballero
que con semblante fiero amenazaba
al mozo que quitaba el nombre a todos.
Con atentados modos se movía
contra el que l’atendía en una puente;
mostraba claramente la pintura
que acaso noche ’scura entonces era.
De la batalla fiera era testigo
Marte, que al enemigo condenaba
y al mozo coronaba en el fin d’ella;
el cual, como la estrella relumbrante
que’l sol envia delante, resplandece.
D’allí su nombre crece, y se derrama
su valerosa fama a todas partes.
Luego con nuevas artes se convierte
a hurtar a la muerte y a su abismo
gran parte de sí mismo y quedar vivo
cuando el vulgo cativo le llorare
y, muerto, le llamare con deseo.
Estaba el Himeneo allí pintado,
el diestro pie calzado en lazos d’oro;
de vírgines un coro está cantando,
partidas altercando y respondiendo,
y en un lecho poniendo una doncella
que, quien atento aquélla bien mirase
y bien la cotejase en su sentido
con la qu’el mozo vido allá en la huerta,
verá que la despierta y la dormida
por una es conocida de presente.
Mostraba juntamente ser señora
digna y merecedora de tal hombre;
el almohada el nombre contenía,
el cual doña María Enríquez era.
Apenas tienen fuera a don Fernando,
ardiendo y deseando estar ya echado;
al fin era dejado con su esposa
dulce, pura, hermosa, sabia, honesta.
En un pie estaba puesta la fortuna,
nunca estable ni una, que llamaba
a Fernando, que ’staba en vida ociosa,
porque en dificultosa y ardua vía
quisiera ser su guía y ser primera;
mas él por compañera tomó aquella,
siguiendo a la qu’es bella descubierta
y juzgada, cubierta, por disforme.
El nombre era conforme a aquesta fama:
virtud ésta se llama, al mundo rara.
¿Quién tras ella guïara igual en curso
sino éste, qu’el discurso de su lumbre
forzaba la costumbre de sus años,
no recibiendo engaños sus deseos?
Los montes Pireneos, que se ’stima
de abajo que la cima está en el cielo
y desde arriba el suelo en el infierno,
en medio del invierno atravesaba.
La nieve blanqueaba, y las corrientes
por debajo de puentes cristalinas
y por heladas minas van calladas;
el aire las cargadas ramas mueve,
qu’el peso de la nieve las desgaja.
Por aquí se trabaja el duque osado,
del tiempo contrastado y de la vía,
con clara compañía de ir delante;
el trabajo constante y tan loable
por la Francia mudable en fin le lleva.
La fama en él renueva la presteza,
la cual con ligereza iba volando
y con el gran Fernando se paraba
y le sinificaba en modo y gesto
qu’el caminar muy presto convenía.
De todos escogía el duque uno,
y entramos de consuno cabalgaban;
los caballos mudaban fatigados,
mas a la fin llegados a los muros
del gran París seguros, la dolencia
con su débil presencia y amarilla
bajaba de la silla al duque sano
y con pesada mano le tocaba.
Él luego comenzaba a demudarse
y amarillo pararse y a dolerse.
Luego pudiera verse de travieso
venir por un espeso bosque ameno,
de buenas hierbas lleno y medicina,
Esculapio, y camina no parando
hasta donde Fernando estaba en lecho;
entró con pie derecho, y parecía
que le restituía en tanta fuerza
que a proseguir se ’sfuerza su vïaje,
que le llevó al pasaje del gran Reno.
Tomábale en su seno el caudaloso
y claro rio, gozoso de tal gloria,
trayendo a la memoria cuando vino
el vencedor latino al mismo paso.
No se mostraba escaso de sus ondas;
antes, con aguas hondas que engendraba,
los bajos igualaba, y al liviano
barco daba de mano, el cual, volando,
atrás iba dejando muros, torres.
Con tanta priesa corres, navecilla,
que llegas do amancilla una doncella,
y once mil más con ella, y mancha el suelo
de sangre que en el cielo está esmaltada.
Úrsula, desposada y virgen pura,
mostraba su figura en una pieza
pintada; su cabeza allí se vía
que los ojos volvía ya espirando.
Y estábate mirando aquel tirano
que con acerba mano llevó a hecho,
de tierno en tierno pecho, tu compaña.
Por la fiera Alemaña d’aquí parte
el duque, a aquella parte enderezado
donde el cristiano estado estaba en dubio.
En fin al gran Danubio s’encomienda;
por él suelta la rienda a su navío,
que con poco desvío de la tierra
entre una y otra sierra el agua hiende.
El remo que deciende en fuerza suma
mueve la blanca espuma como argento;
el veloz movimiento parecía
que pintado se vía ante los ojos.
Con amorosos ojos, adelante,
Carlo, César triunfante, le abrazaba
cuando desembarcaba en Ratisbona.
Allí por la corona del imperio
estaba el magisterio de la tierra
convocado a la guerra que ’speraban;
todos ellos estaban enclavando
los ojos en Fernando, y en el punto
que a sí le vieron junto, se prometen
de cuanto allí acometen la vitoria.
Con falsa y vana gloria y arrogancia,
con bárbara jactancia allí se vía
a los fines de Hungría el campo puesto
d ‘aquel que fue molesto en tanto grado
al húngaro cuitado y afligido;
las armas y el vestido a su costumbre,
era la muchidumbre tan estraña
que apenas la campaña la abarcaba
ni a dar pasto bastaba, ni agua el río.
César con celo pío y con valiente
ánimo aquella gente despreciaba;
la suya convocaba, y en un punto
vieras un campo junto de naciones
diversas y razones, mas d’un celo.
No ocupaban el suelo en tanto grado,
con número sobrado y infinito,
como el campo maldito, mas mostraban
virtud con que sobraban su contrario,
ánimo voluntario, industria y maña.
Con generosa saña y viva fuerza
Fernando los esfuerza y los recoge
y a sueldo suyo coge muchos dellos.
D’un arte usaba entr’ellos admirable:
con el diciplinable alemán fiero
a su manera y fuero conversaba;
a todos s’aplicaba de manera
qu’el flamenco dijera que nacido
en Flandes habia sido, y el osado
español y sobrado, imaginando
ser suyo don Fernando y de su suelo,
demanda sin recelo la batalla.
Quien más cerca se halla del gran hombre
piensa que crece el nombre por su mano.
El cauto italiano nota y mira,
los ojos nunca tira del guerrero,
y aquel valor primero de su gente
junto en éste y presente considera;
en él ve la manera misma y maña
del que pasó en España sin tardanza,
siendo solo esperanza de su tierra,
y acabó aquella guerra peligrosa
con mano poderosa y con estrago
de la fiera Cartago y de su muro,
y del terrible y duro su caudillo,
cuyo agudo cuchillo a las gargantas
Italia tuvo tantas veces puesto.
Mostrábase tras esto allí esculpida
la envidia carcomida, a sí molesta,
contra Fernando puesta frente a frente;
la desvalida gente convocaba
y contra aquél la armaba y con sus artes
busca por todas partes daño y mengua.
Él, con su mansa lengua y largas manos
los tumultos livianos asentando,
poco a poco iba alzando tanto el vuelo
que la envidia en el cielo le miraba,
y como no bastaba a la conquista,
vencida ya su vista de tal lumbre,
forzaba su costumbre y parecía
que perdón le pedía, en tierra echada;
él, después de pisada, descansado
quedaba y aliviado deste enojo
y lleno del despojo desta fiera.
Hallaba en la ribera del gran río,
de noche al puro frío del sereno,
a César, qu’en su seno está pensoso
del suceso dudoso desta guerra;
que aunque de sí destierra la tristeza
del caso, la grandeza trae consigo
el pensamiento amigo del remedio.
Entramos buscan medio convenible
para que aquel terrible furor loco
les empeciese poco y recibiese
tal estrago que fuese destrozado.
Después de haber hablado, ya cansados,
en la hierba acostados se dormían;
el gran Danubio oían ir sonando,
casi como aprobando aquel consejo.
En esto el claro viejo rio se vía
que del agua salía muy callado,
de sauces coronado y d’un vestido,
de las ovas tejido, mal cubierto;
y en aquel sueño incierto les mostraba
todo cuanto tocaba al gran negocio,
y parecia qu’el ocio sin provecho
les sacaba del pecho, porque luego,
como si en vivo fuego se quemara
alguna cosa cara, se levantan
del gran sueño y s’espantan, alegrando
el ánimo y alzando la esperanza.
El río sin tardanza parecía
qu’el agua disponía al gran viaje;
allanaba el pasaje y la corriente
para que fácilmente aquella armada,
que habia de ser guïada por su mano,
en el remar liviano y dulce viese
cuánto el Danubio fuese favorable.
Con presteza admirable vieras junto
un ejército a punto denodado;
y después d’embarcado, el remo lento,
el duro movimiento de los brazos,
los pocos embarazos de las ondas
llevaban por las hondas aguas presta
el armada molesta al gran tirano.
El arteficio humano no hiciera
pintura que esprimiera vivamente
el armada, la gente, el curso, el agua;
y apenas en la fragua donde sudan
los cíclopes y mudan fatigados
los brazos, ya cansados del martillo,
pudiera así exprimillo el gran maestro.
Quien viera el curso diestro por la clara
corriente bien jurara a aquellas horas
que las agudas proras dividían
el agua y la hendían con sonido,
y el rastro iba seguido; luego vieras
al viento las banderas tremolando,
las ondas imitando en el moverse.
Pudiera también verse casi viva
la otra gente esquiva y descreída,
que d’ensoberbecida y arrogante
pensaban que delante no hallaran
hombres que se pararan a su furia.
Los nuestros, tal injuria no sufriendo,
remos iban metiendo con tal gana
que iba d’espuma cana el agua llena.
El temor enajena al otro bando
el sentido, volando de uno en uno;
entrábase importuno por la puerta
de la opinión incierta, y siendo dentro
en el íntimo centro allá del pecho,
les dejaba deshecho un hielo frío,
el cual como un gran río en flujos gruesos
por medulas y huesos discurría.
Todo el campo se vía conturbado,
y con arrebatado movimiento
sólo del salvamiento platicaban.
Luego se levantaban con desorden;
confusos y sin orden caminando,
atrás iban dejando, con recelo,
tendida por el suelo, su riqueza.
Las tiendas do pereza y do fornicio
con todo bruto vicio obrar solían,
sin ellas se partían; así armadas,
eran desamparadas de sus dueños.
A grandes y pequeños juntamente
era el temor presente por testigo,
y el áspero enemigo a las espaldas,
que les iba las faldas ya mordiendo.
César estar teniendo allí se vía
a Fernando, que ardía sin tardanza
por colorar su lanza en turca sangre.
Con animosa hambre y con denuedo
forceja con quien quedo estar le manda,
como lebrel de Irlanda generoso
qu’el jabalí cerdoso y fiero mira;
rebátese, sospira, fuerza y riñe,
y apenas le costriñe el atadura
qu’el dueño con cordura más aprieta:
así estaba perfeta y bien labrada
la imagen figurada de Fernando
que quien allí mirando lo estuviera,
que era desta manera lo juzgara.
Resplandeciente y clara, de su gloria
pintada, la Vitoria se mostraba;
a César abrazaba, y no parando,
los brazos a Fernando echaba al cuello.
Él mostraba d’aquello sentimiento,
por ser el vencimiento tan holgado.
Estaba figurado un carro estraño
con el despojo y daño de la gente
bárbara, y juntamente allí pintados
cativos amarrados a las ruedas,
con hábitos y sedas varïadas;
lanzas rotas, celadas y banderas,
armaduras ligeras de los brazos,
escudos en pedazos divididos
vieras allí cogidos en trofeo,
con qu’el común deseo y voluntades
de tierras y ciudades se alegraba.
Tras esto blanqueaba falda y seno
con velas, al Tirreno, del armada
sublime y ensalzada y glorïosa.
Con la prora espumosa las galeras,
como nadantes fieras, el mar cortan
hasta que en fin aportan con corona
de lauro a Barcelona; do cumplidos
los votos ofrecidos y deseos,
y los grandes trofeos ya repuestos,
con movimientos prestos d’allí luego,
en amoroso fuego todo ardiendo,
el duque iba corriendo y no paraba.
Cataluña pasaba, atrás la deja;
ya d’Aragón s’aleja, y en Castilla
sin bajar de la silla los pies pone.
El corazón dispone al alegría
que vecina tenía, y reserena
su rostro y enajena de sus ojos
muerte, daños, enojos, sangre y guerra;
con solo amor s’encierra sin respeto,
y el amoroso afeto y celo ardiente
figurado y presente está en la cara.
Y la consorte cara, presurosa,
de un tal placer dudosa, aunque lo vía,
el cuello le ceñía en nudo estrecho
de aquellos brazos hecho delicados;
de lágrimas preñados, relumbraban
los ojos que sobraban al sol claro.
Con su Fernando caro y señor pío
la tierra, el campo, el río, el monte, el llano
alegres a una mano estaban todos,
mas con diversos modos lo decían:
los muros parecían d’otra altura,
el campo en hermosura d’otras flores
pintaba mil colores desconformes;
estaba el mismo Tormes figurado,
en torno rodeado de sus ninfas,
vertiendo claras linfas con instancia,
en mayor abundancia que solía;
del monte se veía el verde seno
de ciervos todo lleno, corzos, gamos,
que de los tiernos ramos van rumiando;
el llano está mostrando su verdura,
tendiendo su llanura así espaciosa
que a la vista curiosa nada empece
ni deja en qué tropiece el ojo vago.
Bañados en un lago, no d’olvido,
mas de un embebecido gozo, estaban
cuantos consideraban la presencia
d’éste cuya ecelencia el mundo canta,
cuyo valor quebranta al turco fiero.
Aquesto vio Severo por sus ojos,
y no fueron antojos ni ficiones;
si oyeras sus razones, yo te digo
que como a buen testigo le creyeras.
Contaba muy de veras que mirando
atento y contemplando las pinturas,
hallaba en las figuras tal destreza
que con mayor viveza no pudieran
estar si ser les dieran vivo y puro.
Lo que dellas escuro allí hallaba
y el ojo no bastaba a recogello,
el río le daba dello gran noticia.
"Éste de la milicia", dijo el río,
"la cumbre y señorío terná solo
del uno al otro polo; y porque ’spantes
a todos cuando cantes los famosos
hechos tan glorïosos, tan ilustres,
sabe qu’en cinco lustres de sus años
hará tantos engaños a la muerte
que con ánimo fuerte habrá pasado
por cuanto aquí pintado dél has visto.
Ya todo lo has previsto; vamos fuera;
dejarte he en la ribera do ’star sueles".
"Quiero que me reveles tú primero",
le replicó Severo, "qué’s aquello
que de mirar en ello se me ofusca
la vista, así corrusca y resplandece,
y tan claro parece allí en la urna
como en hora noturna la cometa".
"Amigo, no se meta", dijo el viejo,
"ninguno, le aconsejo, en este suelo
en saber más qu’el cielo le otorgare;
y si no te mostrare lo que pides,
tú mismo me lo impides, porque en tanto
qu’el mortal velo y manto el alma cubren,
mil cosas se t’encubren, que no bastan
tus ojos que contrastan a mirallas.
No pude yo pintallas con menores
luces y resplandores, porque sabe,
y aquesto en ti bien cabe, que esto todo
qu’en ecesivo modo resplandece,
tanto que no parece ni se muestra,
es lo que aquella diestra mano osada
y virtud sublimada de Fernando
acabarán entrando más los días,
lo cual con lo que vías comparado
es como con nublado muy escuro
el sol ardiente, puro y relumbrante.
Tu vista no es bastante a tanta lumbre
hasta que la costumbre de miralla
tu ver al contemplalla no confunda;
como en cárcel profunda el encerrado
que súpito sacado le atormenta
el sol que se presenta a sus tinieblas,
así tú, que las nieblas y hondura
metido en estrechura contemplabas,
que era cuando mirabas otra gente,
viendo tan diferente suerte d’hombre,
no es mucho que t’asombre luz tamaña.
Pero vete, que baña el sol hermoso
su carro presuroso ya en las ondas,
y antes que me respondas, será puesto".
Diciendo así, con gesto muy humano
tomóle por la mano. ¡Oh admirable
caso y cierto espantable!, qu’en saliendo
se fueron estriñendo d’una parte
y d’otra de tal arte aquellas ondas
que las aguas, que hondas ser solían,
el suelo descubrían y dejaban
seca por do pasaban la carrera
hasta qu’en la ribera se hallaron;
y como se pararon en un alto,
el viejo d’allí un salto dio con brío
y levantó del río espuma’l cielo
y comovió del suelo negra arena.
Severo, ya de ajena ciencia instruto,
fuese a coger el fruto sin tardanza
de futura ’speranza, y escribiendo,
las cosas fue exprimiendo muy conformes
a las que había de Tormes aprendido;
y aunque de mi sentido él bien juzgase
que no las alcanzase, no por eso
este largo proceso, sin pereza,
dejó por su nobleza de mostrarme.
Yo no podia hartarme allí leyendo,
y tú d’estarme oyendo estás cansado.
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