EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA
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La huésped

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Mensaje por Hipólita Jue Feb 16, 2023 1:35 am

La huésped


La mano se adelantó para descorrer la sábana como quien aparta un velo y el cuerpo apareció rosado e intacto.
Y la miró por última vez buscando alguna huella, algún indicio que afirmara que había amado y explorado aquella piel todavía tibia.
La portera le extendió una carta y salió de la habitación sin hacer ruido.
Necesitaremos su declaración- dijo el inspector y le entregó su tarjeta.
Cuando todos se retiraron se sentó en la silla junto a la ventana, descorrió la cortina maquinalmente pero enseguida retiró la mano sin mirar hacia afuera recordando la sábana, el cuerpo y la carta en su bolsillo que todavía no leería.
Necesitaba pensar, no sentir. El sentimiento un manojo de angustia reunido en haz sobre su pecho, como flores sobre una tumba fresca, las primeras.
Ahora no podía llorar sólo tratar de enhebrar ideas sobre la muerte de Leonora, pasear la mirada sobre sus cosas, leer sus papeles, buscar señales, algún mensaje secreto que oficiara de respuesta o de pregunta, algo que le dijera el porqué de ese cuerpo desnudo bajo la sábana.
Se palpó el bolsillo para verificar si la carta, no, no la leería, imaginaba disculpas, reproches o peor aún, rebeldía, y no soportaba la rebeldía en las mujeres, menos en Leonora.
En la impresora había una hoja a medio escribir, con esa escritura dispersa y tachada de trecho en trecho con lápiz, espacios en blanco como si el tabulador saltara y ella pensara a saltos espiando su pensamiento a través de los huecos de la página. Quiso escapar, quemar la carta que guardaba en el bolsillo, fijar en su mente la frontera entre ficción y realidad. Leonora siempre había ignorado los límites, se paseaba por sus bordes como por una cornisa. Pensó en su risa, sus bromas, su fantasía y le costó clasificarla como suicida. Cualquier pequeñez la maravillaba, gozaba de las cosas, un vaso de vino blanco, un cigarrillo acompañando una buena charla, un día de lluvia, escribir.
La escritura la llevo en la raíz, en el útero, es mi forma de parir, decía.
Aunque también recordó diálogos, frases dichas al pasar, pesadillas.
Hay una huésped en casa, Julián. Es una vieja, hace noches que está ahí - y señalaba un rincón del cuarto - tejiendo en lanzadera, me mira fijo, en silencio y teje mi mortaja. Luego cambiaba de tema o se quedaba mirándome, yo jamás contestaba a esos comentarios tan peculiares, al irme miraba hacia el rincón y saludaba a la anciana espectral para no desairar a Leonora.
Luego vinieron las pesadillas, para evitarlas, leía incansablemente hasta la madrugada o se quedaba escribiendo para evitar la oscuridad y el silencio. En esas veladas, seguramente, cruzaría la frontera, se dejaría influenciar por imágenes escritas por otras mentes febriles y volvería acompañada por estos seres de papel que pasaban una temporada en su casa como huéspedes.
Todas estas tonterías son producto de tu soledad, te atormentás inútilmente. Pero Leonora meneaba tristemente la cabeza y recitaba algún párrafo leído recientemente.
Se va a quedar mucho tiempo aquí?
Julián tuvo un sobresalto, miró a la vieja como salida del oscuro rincón y después de unos segundos reconoció a la portera.
Sí, tengo las llaves, no se preocupe, puede retirarse.
La vieja vaciló un momento, quiso hacer algún comentario consolador, pero Julián bajó la mirada y siguió leyendo.
Leonora lo estaba obligando a cruzar la frontera.
Julián escuchó un ruido y giró la cabeza, como entre brumas la vieja hilandera apareció ante él.
Ella presentía que su argumento iba a concluir, dijo, quitándose el sombrero.
Su argumento?
Bueno, como dicen ustedes, su vida, más precisamente el sentido de su vida, ¿entiende?
La voz provenía de "ese" rincón, el lugar donde supuestamente la vieja hilaba su mortaja, y ahora él la veía con claridad, sus ropas negras contrastando con el fondo blanco de la pared.
¿Es usted? entonces era cierto, siempre estuvo ahí -
No siempre, yo voy donde me llaman y usted parece necesitarme, como ella, la pobrecita, ni siquiera me dio tiempo de terminar su mortaja.
Julián recordó el surco de sangre en la mejilla que provenía de una mancha negra, más arriba, en la sien, un agujero.
Ella se sentía el personaje de una novela.
¿Por eso se pegó un tiro?
Claro, la pobre escuchaba voces extrañas dentro de su cabeza.
¿Quién es usted? alcanzó a decir Julián.
Pero ya la anciana había concluido la mortaja y con la boca cortaba el último hilo que pendía de la madeja.

Adriana Agrelo
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