EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA
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El viaje

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Mensaje por Hipólita Jue Feb 16, 2023 2:26 am

El viaje
A Jorge Patricio Dillon, in memoriam

I
La ruta cercada a ambos lados por álamos que delimitan las chacras, frenan el viento, protegen sembradíos.
Es verde esta zona, dice el chofer, estamos saliendo del valle.
Verde por la minuciosa arquitectura del sistema de riego, hileras de manzanos, naranjales, ciruelos en flor.
Aún faltan unos kilómetros para llegar a General Roca, la voz del conductor suena monótona como si esas frases repetidas de viaje en viaje le dieran un tono gastado.
Este hombre cuarentón, de pelo lacio, entrecano, ojos achinados, vivaces, inquietos que fotografían todo lo que ven y analizan con cierto descaro, con cierto cinismo o amargura esta ciudad de construcciones bajas, ¿ciudad o pueblo? piensa en Buenos Aires y sonríe, no muy diferente a Cipolletti, Cinco Saltos y otras ciudades del sur del país, la plaza principal, la Municipalidad, la Iglesia, las calles de casas blancas o ladrillos rojos o lajas, jardines detrás de las rejas, casas de clase media, alguna zona residencial con parques en lugar de jardines y muros en lugar de rejas, canales, zanjones como una única receta que lleva los mismos ingredientes mezclados según el gusto del cocinero de turno.
¿El colegio Don Bosco? pregunta el chofer, debe bajarse en esta parada, antes de la estación de micros, camine por la Avenida hasta que encuentre una plaza, allí lo verá, no puede perderse.
Gracias, apenas murmura y desciende del micro.
El colegio Don Bosco, frente a la plaza que no es la principal y que por milagro no se llama Julio Argentino Roca, el conquistador del desierto, el exterminador de indígenas, piensa, edificio austero, de ladrillos rojos por donde trepa una enredadera que va cubriendo morosamente sus muros, rejas alrededor, altas como una muralla que lo protege de intrusos, ese es su destino, el colegio, veinte años de experiencia docente, veinte años de exilio, cartas de presentación, curriculum vitae.
Buenas tardes, mi nombre es Patricio Miranda, profesor de Literatura. Repite esta frase durante todo el trayecto en distintos tonos, con distintos gestos, como si fuera la única línea que tiene que representar en una obra donde sólo es un oscuro personaje. Sabe que para llegar debe cruzar la plaza en diagonal y atravesar el puente tendido sobre el canal de aguas cristalinas, un brazo estrecho del río. Voces de niños y un leve chapoteo, alguien grita su nombre, se da vuelta y la ve, con su pelo rojizo cobrizo brillando al sol, sonriéndole desde sus veinte años y señalando el canal, ¿este es el río donde te bañabas en tu infancia? y echa la cabeza hacia atrás su pelo acariciando la cintura y ríe, ríe, estira la mano para tocarla la figura se desvanece. Un cura se acerca por el sendero de piedra como si estuviera ansioso de recibir al nuevo visitante, alguien que rompa la monotonía de su existencia. Patricio mira hacia los ventanales del primer piso, nadie se asoma, aún no ha comenzado el ciclo lectivo.

II
Acomoda los libros en los anaqueles, los pocos libros que se ha permitido traer, sus favoritos, los que siempre lo acompañan, todo Roberto Arlt, Rayuela de Cortázar, Ficciones de Borges, La Formación de la Conciencia Nacional de Hernández Arreghi, Megafón o la guerra de Leopoldo Marechal, Redoble por Rancas, de Manuel Scorza y algunos clásicos españoles, poetas latinos, algo de literatura europea, su Antología de poetas surrealistas, los cuentos de Poe, Quiroga, sus diarios personales, en realidad cuadernos de notas, impresiones, viajes, que lo acompañan desde hace veinte años. La habitación es pequeña, desprovista de lujos, una cama, una mesa de luz, la biblioteca, un escritorio, una silla, un ropero con cajonera, unas pocas perchas y nada más. Le recuerda a tantas pensiones de estudiantes por las que pasó sin dejar huella, impersonales, modestas, con olor a humedad. Abre los postigones de la ventana y ve el paisaje de la plaza, el puente sobre el canal, los bancos de cemento, las luces que se van encendiendo y a ella, otra vez ella sobre el puente, acodada en la baranda, contemplando el agua, esperándolo. Está a punto de salir pero se detiene, dos hombres avanzan por el puente, se acercan, ella busca algo en la cartera, quizá su documento, ahora la toman por los brazos, trata de desprenderse y correr pero los hombres la sujetan más fuerte, la empujan dentro de un auto y arrancan a gran velocidad, ella mira hacia atrás, grita, las pocas personas que caminan por allí ni siquiera detienen su paso, como si no la vieran, como si no sintieran el chirrido de las ruedas y el motor del auto alejándose velozmente y el ruido de la sirena que una mano coloca sobre el techo y la luz roja que gira y ulula partiendo la noche y su cartera flotando en el canal y hundiéndose lentamente.

III
Al otro día, un domingo soleado, después de una noche agitada, llena de imágenes de las que no logra desprenderse, ni ahuyentar, pesadillas que creía olvidadas, se levantó temprano y se metió en la ducha con la firme intención de lavar no sólo su cuerpo sino su memoria, con la esperanza de que el agua disolviese las cicatrices que esos malos sueños le dejaban en su cabeza, instintivamente deslizó su mano entre el pelo y el cuero cabelludo buscándolas y se frotó con jabón y enjuagó los últimos restos de espuma.
Su psiquiatra le había aconsejado este viaje y ya se estaba arrepintiendo. Volver al lugar de los hechos, buscar las razones de su bloqueo, de sus pesadillas, de sus antiguas fobias, dejar de huir sobretodo dejar de huir. Hacía veinte años que se había ido y volver como un extranjero, como un profesor de literatura a su propio colegio, a su ciudad natal era como sentirse un fantasma, nadie se acordaba de él, de su nombre, de su vida, ¿acaso podría decir que tuvo una vida?, después de aquello, ciudades, países, pensiones, autobuses, aviones, trenes, calles, plazas, rostros queridos, rostros desconocidos, formaban un mosaico de piezas inconclusas que debía unir como un rompecabezas. Y cuando todas las piezas encuentren su justo encastre estarás curado, le dijo su psiquiatra. Cómo si fuera tan fácil. Ahora todo se confundía, él ya no era aquel muchacho que debió abandonar, casa, familia y amistades. Debes recuperar tu identidad, reconstruir tu historia, le dijo y sin embargo el miedo, la supervivencia le hicieron cambiar el nombre, inventarse otra historia, lo único que conservaba era su amor a la literatura, sus diarios personales, algunos libros y el recuerdo de ella, sus apariciones, el destello cobrizo de sus cabellos brillando al sol.
Decidió recorrer la ciudad ese domingo, verla con los ojos de un turista recién llegado y disfrutar del sol y de los últimos días del verano antes del comienzo de las clases. Salió al corredor, escuchó el eco de sus pasos, el edificio casi desierto sólo albergaba algunos curas sin familia que pasaban el verano allí y algunos sirvientes. Cuando llegó a planta baja dio la vuelta al edificio y se dirigió a la capilla, casi sin pensarlo se encontró frente al altar y rezó antes de iniciar su paseo, rogando no encontrarla otra vez reclinada sobre el puente, esperándolo.

IV
Atravesó la plaza y se detuvo en un árbol, pasó sus manos por el tronco añoso, sus dedos recorriendo rugosidades, buscando hasta que encontró los nombres Eliana y el suyo debajo, 1975, su palma se abrió y cubrió el corazón, el clásico corazón enamorado que tantos adolescentes graban en la madera, en la roca, en las puertas de los baños, en los asientos traseros de trenes y colectivos, en un vidrio empañado, en la arena, en los cuadernos de escuela, en las paredes, dicen que gritó, que se resistió cuanto pudo, que no alcanzó a decir su nombre, todos tenían miedo, nadie pudo ayudarla, dicen que no habló y a él le consta, lo ha sabido todos estos años, lo ha respirado, lo ha sufrido, se ha sentido culpable, un indigno sobreviviente. Lo que no puede saber, pero imagina, y eso es más doloroso, es cuánto tiempo resistió, cuánto dolor, antes del final y dónde está su cuerpo, su pelo cobrizo brillando al sol, su sonrisa y por qué su imagen vuelve a presentarse después de tantos años. Quizá los recuerdos se corporizan en los espacios que sucedieron, quizá su imagen se quedó detenida aquí en esta geografía infernal por donde vaga su fantasma.

V
Pasear por esas calles que ya no lo reconocen, como un extranjero, volver es tan doloroso como permanecer lejos y evocar los lugares que nos vieron crecer, paisajes que nos formaron, miradas testigos de nuestra permanencia en el mundo. Hoy ya no encuentra esas miradas y apenas trata de encontrar la propia. No ésta, de la vuelta, que se posa cansada sobre las cosas, recuperar el asombro se ha dicho mil veces, he vuelto para recuperar el asombro pero hasta ahora sólo ha encontrado fantasmas, imágenes nítidas del pasado que forman parte de una pesadilla que lo acompaña desde que se fue, que se diluye, casi roza el olvido, a veces. Sólo a veces. Volver es despertar los fantasmas. Camina por la calle principal buscando un bar, ya no está, hay un terreno baldío y un cartel de una constructora que augura el inminente proyecto de un condominio, edificio torre con seguridad, piscina, servicios centrales, expensas módicas, planes de financiación, escombros apilados, intenta reconstruir el bar y recordar su nombre, Victoria, sí, se llamaba Bar Victoria en un principio y luego por esa pretensión muy nuestra de pensar que el prestigio y la distinción se escriben en inglés, lo rebautizaron Victoria’ s coffee, Hasta la Victoria Siempre, solían decir él y sus compañeros cuando luego de una reunión acalorada, siempre llena de propuestas y pasiones enfrentadas, se despedían, Hasta la Victoria Siempre, mesas y sillas de madera oscura, una barra de estaño, espejos, el brillo de las botellas, difuso, bajo la caricia del sol, el vapor de la máquina de café expresso, una niebla en torno a Juan, el cantinero, Patricio lo observaba y recordaba una escena de Casa Blanca, pero en lugar de la Marsellesa, cantaban la marcha peronista, sin piano y a capella, Hasta la Victoria Siempre, Juan envuelto en la bruma, entre el olor a medialunas recién horneadas, voces, murmullos, bullicio, son las 8 de la mañana y los libros se desparraman sobre la mesa, Juan se acerca con la bandeja, ¿lo de siempre, muchachos?, sí, café negro, medialunas, jugo de naranja, y un platito de amarettis, casi puede paladear el sabor de las almendras. Desliza palabras sobre el papel, la nota sobre literatura argentina, a Rodolfo Walsh, in memoriam, acaban de leer Operación Masacre, a hurtadillas, y el mundo se abre como una herida dolorosa, la verdad de la historia les pega un cachetazo, piensan que ellos también dejarán de jugar al ajedrez, que la realidad les ha mostrado un mundo que deberán modificar, fuera de allí, de ese pueblo donde no pasa nada, o casi nada y llegan noticias de tanto en tanto de una guerra que no les pertenece, aún lejana. Se queda mirando esos escombros, restos de lo que fue, los azulejos del baño en una pared semiderruida, la marca del espejo y el agujero del clavo, apiladas las puertas de madera, como el esqueleto de un barco hunido, ¿y el cartel? Busca, primero son movimientos semicirculares de su pie, luego se agacha y escarba, hurga, separa mampostería, tablas, canto rodado, ladrillos, parece un perro hambriento desenterrando un hueso, la calle está solitaria en la siesta de los pueblos, nadie lo ve en esa especie de ritual frenético, y nada, el cartel no aparece, qué pretende encontrar, algún indicio de aquel tiempo, el rostro de sus compañeros, un mensaje en las puertas apiladas, una cucharita oxidada, en una de las puertas quedó suspendida una chapa del baño , no dice hombres, ni muestra la típica silueta, no, es sólo un sombrero de copa, elegante, negro, el Victoria`s coffee tenía su glamour, su toque farandulesco. Recuerda que Don Ramón, el dueño, fanático de las comedias musicales de Fred Astaire, en la segunda remodelación del bar, decidió poner un sombrero de copa, como si Fred estuviera allí y lo hubiera dejado olvidado en la puerta del baño, las mujeres tenían como insignia unos zapatos rojos, de taco, estilo español, de bailaoras, nunca pudo entender la asimetría de estos símbolos, quizá Don Ramón tenia gustos extraños o en su imaginario de películas del 50 se le habían cruzado los cables y vió a Carmen Amaya zapateándolo a Astaire en clave de cante jondo. Patricio deja de escarbar, limpia el polvo de la chapa, la guarda en el bolsillo y se aleja del lugar. Camina contento, con cierta energía extraña para ese lugar y esa hora, a su paso siente ojos observándolo tras las ventanas, clavados en su nuca, recorriendo su figura de arriba abajo, ojos sorprendidos, curiosos, acusadores, indiferentes, trata de imaginar que tipo de miradas se ocultan tras muros, vidrios, agazapadas pero no le importa, siente que encontró un trofeo, un disparador de recuerdos, escarbar en un terreno baldío es una buena terapia, aprieta con fuerza la chapa, el sombrero de copa negro, y ahora lo ve en la cabeza de Don Ramón, saliendo detrás del mostrador del Victoria´s coffee, baila entre las mesas, se detiene, se saca el sombrero y haciendo una reverencia en el aire, le dice en tono grave: te estábamos esperando, ¿por qué tardaste tanto en volver?, ella no pudo esperarte, no pudo.

VI
Cuando llega a la estación de micros saca un boleto para Neuquén, la ciudad del río Limay, el domingo se estira en un atardecer inacabable de nubes rosas y álamos sucesivos. Por la ventanilla ve el puente sobre el río Negro, sabe que al cruzar dejará atrás Cipolletti y entrará en Neuquén, la ciudad capicúa, donde derecho y revés no tienen sentido. Caminar por sus avenidas a esa hora es casi estar en Buenos Aires, la plaza, los puestos de artesanos, la Catedral, enfrente Siringa, cruza y se ve reflejado en sus vidrieras, estantes llenos de libros, mesas de oferta, atrás los dueños, aquí leyó por primera vez La rama dorada, aquí se compró su primer novela importante Cien años de Soledad y el dueño le mostró los tesoros del primer subsuelo, aquí tengo los libros que colecciono, que nunca venderé porque no tienen precio, son obras de arte y descubre una edición del Quijote con dibujos de Dalí, un libro sobre los Araucanos, un diccionario mapuche. Sonríe, recuerda ciertas estrategias con las muchachas, un amigo le decía, nada mejor para conquistar a las porteñas que agregarte unas gotas de sangre india, si es mapuche, mejor, y le tendió un diccionario. Mari-mari, se recordó diciendo, ¿qué? dijo ella levantando la vista del libro, buen día, en mapuche, ¿Sos del sur? Sí y descendiente, ella lo miró con curiosidad y le creyó. Tuvo que leer la historia de ese pueblo, aprenderse algunas palabras, traducirle todos los toponímicos, nahuel huapi, cutral có, futaleulfú, y más adelante, mucho más adelante, soñando entre sábanas, buscaron el nombre de su hija, Ayelén, dijo ella triunfante, cuando tengamos una niña se llamará Ayelén.
Y ese fue el nombre que después, mucho después él le puso, no deben conocer nuestros nombres, yo me llamaré Demián y vos Ayelén, ¿y para qué dejarles nuestros libros? ¿quiénes son? Un grupo de estudiantes guardados, entraron en la clandestinidad hace unos días, consiguieron un buen lugar, un viejo departamento en el Once, nadie los buscará allí, ¿y qué van a hacer? No pueden salir mucho, se los dejamos en consignación, es preferible a quemarlos, enterrarlos o tenerlos en casa, es peligroso, pero son míos, no puedo desprenderme tan fácilmente, ya verás que sí, no los necesitamos, cuando menos tengamos que nos identifique, mejor, hay que andar ligero por la vida, sin ataduras ni pertenencias, para ella no era tan fácil, pensó en la novela de Bradbury, y el discurso del bombero, pensó en estos hombres, siluetas negras deslizándose sigilosas en los pasillos de una biblioteca de una infinita biblioteca borgeana, ellos portando en sus manos antorchas y encendiendo hogueras, ¿quemar los libros o desprenderse de ellos? ¿darlos a extraños? Sí, es preferible darlos, ¿cuándo?
Y esa noche soñó con voraces lectores, dientes afilados, narices sumergidas entre las páginas, olfateándolas, ratones de estanterías que ávidos la observan, se avalanzan sobre ella y
me quitan los libros, prolijamente envueltos en papel madera, desarman los paquetes y huyen por oscuros corredores dejándome sin nada,
¿y?
Ahí terminó el sueño, eran realmente repugnantes estos lectores, grises, babosos, la piel transparente, blancuzca,
prefiero quemarlos, hacer una gran fogata,
pero sólo fue un sueño,
no sé quienes son y para qué vamos allí,
son órdenes, no podemos correr riesgos, ellos quieren asegurarse que nos desprenderemos de todo material subversivo, que si nos agarran sin nada podremos inventar mejor una historia, debemos borrar la Universidad de nuestras mentes, acordate,
sí,sí, ella recita, estudié literatura en un Instituto Privado, ¿qué revistas lee?, Esquiú, señor, es una de mis revistas favoritas, poseo una suscripción anual y a veces colaboro con algún artículo.
En pocos minutos los estantes quedaron vacíos, largas pilas de libros en el suelo, una valija de lona verde despanzurrada, abierta como una enorme boca dentada y allí se zambulleron con cierta tristeza los primeros números de la Revista Crisis, unos ejemplares deshilachados de Nuestra Palabra, órgano oficial del partido comunista, el Diario del Che en Bolivia, Guerra de guerrillas, De la colonia a la Revolución, Rojo y Negro,
¿por qué Stendhal?
Porque sí, porque dice “rojo” y para ellos tan primitivos,
De todos modos, no volveré a leerlo
Y siguieron cayendo en el fondo, junto con El matadero, sí, el título les parecerá revolucionario,
¿Martín Fierro también?
Acordate de los consejos del viejo Vizcacha...
Sos demasiado sutil
Y ellos muy bestias...miran la realidad desde su lupa deformada
Plan revolucionario de Operaciones, humm cómo disfruté este libro, me da pena,
¿Y Boquitas Pintadas?
Si, está en su lista negra,
No me digás que las boquitas están pintadas de rojo y por eso...
No, hay escenas de sexo, fuertes, ellos vieron la película....
Y esa tarde uno a uno, los libros fueron desapareciendo por esta boca dentada, ella sentía que perdía pedazos de su vida, tantas horas de lectura entre mate y cigarrillo y todos sus apuntes con lápiz, subrayados, sus anotaciones al margen de cada hoja, poemas de Neruda, Galeano, González Tuñón, Oliverio y las muchachas de Flores que dejan su sexo abandonado en la vereda,
Con gesto rápido se deslizó el cierre metálico y la tarea quedó concluída.
Luego caminarán con cara de turistas y lentes oscuros por las calles del centro, bajarán las escaleras del subterráneo y haciendo catábasis llegarán a la estación Lacroze, de allí un par de estaciones y de vuelta a la calle, cruzarán un pasillo interminable en una casa antigua, tres golpes a la puerta y entrarán apresurados, rostros desconocidos, jóvenes como ellos esperando su botín. Rápidamente vacían bolsos y valijas, miran con avaricia el pilón de libros y en una biblioteca improvisada de tablones y ladrillos, cajones de Manzana, los seleccionarán, acomodarán.
Realmente aquí hay muchos libros ¿no?
Cajas y cajas sin abrir, tenemos todavía que seleccionar, hacer fichas,
Qué planean ¿para qué los libros?
Armaremos la mejor Biblioteca de Materiales, Libros, Revistas de la Izquierda Argentina, cuando estos guachos acaben de quemarlos y prohibirlos, nosotros, todos nosotros, les dejaremos nuestro legado a las generaciones futuras....
Entiendo, una especie de cuerpo antibomberos pro cultura,
No somos violentos, no portamos armas, sólo libros, ideas, concepciones del mundo...
Si. Si ya entendí, pero tener todos estos libros es como tener un arsenal de bombas, ametralladoras, granadas de mano ¿o no?
Estamos seguros aquí, los libros irán al subsuelo, los protegeremos y un día cuando todo esto haya pasado surgirá nuestra Biblioteca como un estandarte a la memoria....
El muchacho siguió hablando y hablando para sí, con los ojos encendidos, afuera todo era tan distinto, la gente asustada, los bares vacíos, falcon verdes buscando presas.
Algunos se olvidaron que estábamos ahí, que éramos de alguna manera contribuyentes solidarios de esa biblioteca futura, nos quedamos unos minutos parados, presenciando el saqueo, los vimos tirarse en cualquier rincón, perdidos entre las páginas de algún libro descubierto al azar. Y desandando el camino, salimos a la calle.
Hace muchos años que no se lo ve por aquí, le dice el hombre, lo estuve observando y enseguida lo reconocí, recordé a ese muchachito que se sentaba a conversar conmigo sobre historia y literatura argentina, ¿sigue gustándole la literatura?
Soy profesor de literatura, sí, y disculpe mi sorpresa, es que usted es la primer persona que me recuerda, estoy parando en el Don Bosco, mi colegio secundario, he paseado por el pueblo, pero está todo tan cambiado, aún no encontré un rostro amigo, sólo usted,
Es que tengo un mensaje para usted guardado desde hace años, ¿cuántos años pasaron, veinte? Una muchacha vino hacia aquí una tarde, me dejó un paquete, dijo que era para usted y lo describió, usted es Patricio Miranda, ¿verdad?
Sí, ¿y ella?
Eliana, me dijo, hermosa muchacha, pelo largo rojizo, ¿sabe lo que le pasó después no?
Sí, si, lo sé.
Bueno, unos días antes ella me dejó el paquete para usted, me dijo tarde o temprano volverá por aquí, déselo en mi nombre y se fue sonriendo. A los pocos días me entero....
Sí.sí lo sé....¿y el paquete?
Ah perdón, lo tengo en el subsuelo, acompáñeme.
Bajó las escaleras con el corazón saltándole en el pecho, apenas escuchaba la voz del hombre que le hablaba de los tesoros guardados en el subsuelo, sólo pensaba en ella y en el paquete, esa parte de ella, algo con cuerpo y volumen, algo tangible que le llegaba después de 20 años, sin importarle que fuera, tomaría el paquete y sin abrirlo se iría del lugar, lo apretaría contra su pecho durante el viaje, sentiría su energía, un calor entibiándole el alma, aunque no creyera en este concepto, él recuperará el alma, abandonada aquí hace veinte años, sí, su alma encerrada en este paquete no más grande que una caja de zapatos, envuelto en papel sepia y atado con un piolín, algo así como una lámpara de aladino de cartón.
Llegó a General Roca cuando el sol pintaba tintes rosados en el horizonte, caminó por la avenida, atravesó la plaza, el puente, llegó a su habitación, abrió cajones y puertas, vació todo en sus maletas, libros, ropa, papeles, ¿firmaría la renuncia o se iría sin avisar, como una fantasma?
Los álamos se sucedían en la ruta, agitaban sus delgadas copas, se balanceaban en un adiós, el tiró del piolín y empezó a desenvolver el paquete con una sonrisa.

Adriana Agrelo
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Mensaje por Rosko Lun Oct 02, 2023 4:17 am

El viaje 33311

Un gusto pasar por estas letras y como siempre digo, los lectores agradecidos. Gracias por  estar y estuve bastante ocupado y no pude casi cumplir con mis obligaciones en el foro, pero me es grato leerte en estos momentos. Saludos
Rosko
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