EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA
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EN DIRECCIÓN AL ALTAR BAJO LA LUZ DEL BUHO

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Mensaje por HORIZONTES Jue Abr 20, 2023 2:29 am

EN DIRECCIÓN AL ALTAR BAJO LA LUZ DEL BUHO

I
En dirección al altar, bajo la luz del búho, a mitad del camino de la casa
el caballero con sus furias, declina hacia la tumba;
Abadon en pellejo arrancado a la uña de Adán,
devorador de mundos, con la quijada al acecho de nuevas,
un perro entre las ferias y con su horquilla,
arrancó a dentelladas la mandrágora gritando hacia el mañana.
Entonces, con monedas por ojos, este señor de las heridas,
viejo gallo de ningún sitio y del huevo celeste,
con huesos desprendidos en los vientos a mitad de su curso,
sobre una pierna en medio del ventoso naufragio,
en errante palabra vino a arañar mi cuna
esa noche del tiempo al abrigo de Cristo:
él dijo: soy el héroe que viaja alrededor del mundo
y comparto mi lecho con Capricornio y Cáncer.

II
La muerte es toda metáforas, forma una sola historia;
el niño que mamó tanto tiempo se lanza hacia lo alto,
el pelícano de los círculos guiado hacia el planeta
sobre una arteria, desteta la vida que se gesta;
el niño de la breve chispa en un país informe
pronto desde la cuna enciende una vara alargada;
los huesos de Abadon en cruz horizontal
—tú, junto a la caverna sobre las negras escaleras—
hiciste repicar como hueso y espada,
al chocar con las vértebras de Adán
y nutrido por la media noche, Jacob a las estrellas.
Tus cabellos, dijo entonces el sujeto vacío,
no son más que raíces de ortigas y de plumas
que traspasan el suelo desde los cimientos
y con cabezas de cicuta en los bosques de climas.

III
Al principio fue el cordero de rodillas temblorosas
y tres estaciones muertas sobre una tumba empinada
que el carnero de Adán, en la tropa de cuernos,
tronco del gusano de arbolada cola que montó sobre Eva
desbarató a cornadas con pie de calavera y esqueleto de uñas
sobre tonantes pavimentos a la hora del jardín;
desgarrón de las bóvedas, he tomado mi cucharón de médula
en el furgón del sepulturero envejecido,
y, Rip Van Winkle, de una cuna sin tiempo
me hundí hasta el pecho en el hueso caído;
y el negro carnero, un despojo del año, viejo invierno,
es lo único vivo entre su hueste de corderos,
—hicimos tintinear en la escala los cambios de estaciones—
dijeron las antípodas y la primavera repicó dos veces.

IV
¿Cuál es el metro del diccionario?
¿la medida del Génesis?, ¿el sexo de la breve chispa?,
¿una sombra sin forma?, ¿la forma del eco faraónico?
(la forma de mi edad que sermonea el herido murmullo)
¿cuál de los sextos vientos apagó la nobleza que ardía?
(las preguntas son entes gibosos frente a seres erguidos).
¿Qué decir de un hombre de bambú en vuestras tierras?
¿de un corset de osamenta para un riño encorvado?
En la giba de astillas abrochad el corpiño,
mis ojos de camello, pasarán como aguja a través del sudario.
Lo que el amor refleja en los rostros efímeros
calla quebrado por la noche en el campo con orillas de pan,
la sonrisa que una vez se cerrara en el muro de imágenes
como un arco de luces, rechazada, por encima del penoso diluvio.

V
Y con dos pistolas surgió Gabriel del Oeste ventoso,
desde la Vía Láctea irrumpió el rey de los lunares,
las sotas con sus galas, la reina de barajado corazón;
habló el caballero impostor en su traje de espadas
negra su lengua y ebrio por la botella de la salvación.
Mi Adán bizantino en la noche se alzó.
Débil por la sangre vertida caí sobre los llanos de Ismael,
mi hambre apacigüé bajo lechosos hongos,
la marea impetuosa del Asia me abatió
y la ballena de Jonás me alzó por los cabellos,
Adán de sal marcado por la cruz hacia el ángel helado
de piernas como agujas con la negra medusa sobre colinas aceradas
junto a mares baldíos donde el oso polar citó a Virgilio
y sirenas que cantan desde nuestra señora de las algas.

VI

Máscara de tajos sobre el cráter por la marea carcomido,
en un libro de agua lleno de ojos de sebo
a la luz de la lava, reveló las vocales de ostras
y quemó los silencios de mar en una tea de palabras.
Gallo, arranca mi ojo marino, dijo el evangelio de la medusa,
amor, cercena mi ahorquillada lengua, dijo la quemante ortiga.
Y el amor arrancó el punzante ojo de la sirena,
y viejo gallo de ninguna parte le cercenó la lengua trovadora
hasta que eché a los vientos el sebo de la torre de cera
grasas de la medianoche cuando la sal cantaba;
Adán, el burlador del tiempo sobre una bruja de cartón,
los siete mares descifró, un índice del mal,
y en los detritus, las damas de pechos como gaitas
derritieron la gasa ensangrentada a través de la herida en el hombre de cera.

VII
Grabad ahora el Padrenuestro sobre un grano de arroz
una Biblia con hojas de todas las maderas escritas
ceñidas a este árbol; un alfabeto que se mece,
Génesis en la raíz, la palabra espantapájaros,
y en el libro de árboles, el idioma de una sola luz.
Malditos sean los negadores cuyas palabras cambian con el viento
El tiempo es la tonada Oh Señoras con las tetas de música
peces espadas fijos en la desnuda esponja,
que a Adán, de voz sonora absorbe de la magia
tiempo, leche y magia, desde que el mundo comenzara.
El tiempo es la tonada con que las damas nos prestan su dolor,
desde raídos pabellones y la casa del pan
el tiempo sigue al ruido de la forma sobre el hombre y la nube
y deja su huella tintineante en la rosa y el hielo.

VIII
Fue la crucifixión en la montaña
los nervios del tiempo en vinagre, la tumba como horca
tan untada de sangre como las fúlgidas espinas de mis lágrimas,
es el mundo mi herida, la María de Dios en su dolor,
como tres árboles doblada y con pechos de pájaro debajo de la túnica
es la mujer de interminable herida, con alfileres en lugar de lágrimas.
Era el cielo, Juan Cristo, cada esquina trovadora
ganó la marcha de los clavos llevados hacia el cielo
hasta que el arcoiris tricolor el de mis pechos
se arrastró entre los polos alrededor del mundo y su despertar de caracol.
Yo junto al árbol de los ladrones, mediquillo de toda gloria,
castré al esqueleto en este minuto de montañoso,
y junto al reloj de viento, que del sol es testigo
padezco a los infantes celestiales en el latido de mi corazón.

IX
Desde los pergaminos y los archivos del oráculo,
los profetas y los reyes de fibra en ungüentos y tablas,
el laborioso escriba, la reina convertida en momia
visten sus pisadas de natrón con hilachas y hebillas
dibujan en el guante de huellas las tinturas extinguidas del Cairo
y derraman un halo sobre caduceos y serpientes.
Era la resurrección en el desierto,
la muerte tras las vendas burla las mascarillas de los doctos,
oro sobre esos rostros, y el espectro de lino
desposa a mi caballero de hace tanto con el polvo y las furias;
el faraón y el sacerdote se acuestan con mi noble herida,
mundo en la arena sobre el paisaje triangular,
con piedras de Odisea por guirnalda y ceniza
y ríos de difuntos en torno de mi cuello.

X

Deja que el marino del cuento en su peregrinar cristiano por la tierra
cruce a lo largo de la bahía imaginaria sobre el globo que yo mismo levanto.
donde el Evangelio del tiempo tan sólo es un despojo:
así los refugios alados a través de los ojos de las águilas
marcarán la palabra que vuela y sobre los mares imagino
la espina de diciembre clavada en un arco de arbustos.
Deja a Pedro, el primero, allí en su muelle de arco-iris
preguntar al pez grande, arrastrado de la Biblia oriental
¿qué hombre de ruibarbo, despellejado en su canal azul-espuma
ha sembrado un jardín volador en torno de ese espectro marino?
Verde como el comienzo, deja al jardín que se hunde
trepar con sus dos torres de cáscara hasta el Día
en que el gusano construya con las pajas doradas del veneno
mi nido de clemencia en el tosco árbol rojo.

Dylan Thomas
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