EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA
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EL NOVENO AÑO DE LA GUERRA

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Mensaje por Roque Vie Mar 08, 2024 2:07 am




EL NOVENO AÑO DE LA GUERRA


Aquiles junto a su inseparable amigo Patroclo y al frente de sus hombres, los mirmidones, día tras día llevaba las naves aqueas a la lucha y volvía cargado de botín. Pero Agamenón, como jefe de las fuerzas griegas, había decidido un sistema de reparto que a Aquiles le parecía muy injusto. ¿Por qué tenían que quedarse con lo mejor todos esos reyes que se quedaban a resguardo en el sitio de Troya, mientras él luchaba sin descanso? Casi nueve años llevaba ya esta historia de muertes y desgracias cuando un grave conflicto estalló entre los aqueos. En el reparto del botín, la hija de un sacerdote de Apolo había sido entregaba como esclava a Agamenón. Su padre ofreció rescate, pero Agamenón se negó a devolverla. Entonces el dios Apolo, muy enojado, se dedicó a lanzar contra los griegos sus flechas, que llevaban la peste. 
Los guerreros griegos enfermaban y morían sin la oportunidad de luchar. —¿Quién me protegerá si digo cómo acabar con la peste? —preguntó Calcas, el adivino. —Yo lo haré —aseguró Aquiles. Pero cuando Calcas informó que había que devolver a la hija del sacerdote de Apolo, Agamenón se enojó muchísimo y culpó a Aquiles. —Si yo tengo que entregar a mi esclava preferida, Aquiles tiene que hacer lo mismo —se empeñó Agamenón. Y esa noche mandó a dos hombres a secuestrar a la esclava de Aquiles de su tienda. Los dos grandes jefes, que siempre se habían odiado, estaban a punto de enfrentarse por las armas, haciendo combatir a los griegos entre sí. La propia diosa Atenea tuvo que intervenir para calmar la disputa. Hasta en el Olimpo hubo malestar y discusiones entre los dioses.
 Aquiles estaba tan enojado que decidió apartarse de la lucha. Se encerró en su tienda y dejó que los aqueos se enfrentaran con los troyanos sin su ayuda. Obedeciendo órdenes de su jefe, tampoco sus hombres, los mirmidones, intervenían ya en la guerra. Los troyanos comenzaron a sacar ventaja. Héctor y Paris obtenían todos los días grandes triunfos para sus tropas y comenzaban a soñar con librarse de los aqueos empujándolos al mar. Después de varios días de combate, los troyanos habían logrado avanzar hasta la empalizada que protegía los barcos griegos. Los griegos morían a centenares mientras trataban de impedir que sus enemigos se acercaran a las naves para quemarlas con antorchas encendidas. 
Entonces Patroclo, el gran amigo de Aquiles, decidió que había llegado el momento de intervenir en el combate. —Si no quieres dar el brazo a torcer —le dijo a Aquiles—, al menos préstame tu armadura. Los mirmidones me seguirán, los griegos se animarán al confundirme con el gran Aquiles, y los troyanos temblarán de miedo. Y así fue. Creyendo que Aquiles había vuelto a la lucha, sus hombres lo siguieron y consiguieron rechazar a los troyanos, y de ese modo los alejaron de las naves aqueas. Entonces Héctor, el más grande de los guerreros troyanos, desafió al supuesto Aquiles a un duelo personal. 
El dios Apolo, que seguía muy enojado con los griegos, intervino a favor de Héctor. Su lanza atravesó a Patroclo. El dolor de Aquiles ante la muerte de su amigo no tuvo límites. 
Durante toda una noche se escuchó el llanto del héroe en el campamento. Agamenón había aprendido la lección: sin Aquiles no tenían posibilidades contra los troyanos. Llegaron a un acuerdo y Aquiles fue nombrado en forma provisoria comandante en jefe de las fuerzas aqueas.
 Al día siguiente, los dos ejércitos se enfrentaron en el campo de batalla con una inesperada novedad: Zeus había decidido que todos los dioses podían tomar parte en la batalla y luchar entre ellos o contra los hombres si así lo deseaban. Diez dioses se enfrentaron entre sí, apoyando a aqueos o troyanos. Aquiles buscaba a Héctor para vengar la muerte de su amigo Patroclo. El enfrentamiento se produjo junto a las murallas de Troya. Con ayuda de Atenea, el héroe griego consiguió matar al valiente jefe del ejército troyano y, enganchándolo a su carro de guerra, dio cuatro vueltas a la ciudad arrastrando el cadáver. Los griegos habían ganado esa batalla, pero los troyanos ganaban otras. La guerra parecía eterna.

Ana María Shua. 
Libro Dioses Y Héroes De La Mitología Griega




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