Ramera
EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA :: Grandes Poetas y Escritores Consagrados :: Talentos de la Poesía :: Francisco Alvarez Hidalgo
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Ramera
Ramera
Soy una vieja huella sobre tu carne tibia,
bella mujer sedienta, callejera incesante,
lujuria en flor ardiente de noche en cada esquina.
Soy un turbio deseo, entre tantos que nacen
a tu paso, midiendo la perfecta estructura
de los senos redondos, la cadera oscilante.
Mis ojos han surcado mil veces la marisma
de los tuyos nublados. Has encendido el hambre
vital, adormecida, de placeres ocultos,
que flotan en la noche, viciándonos el aire.
Alguien me dijo que eres una mujer cansada;
que la tristeza roe sin cesar e implacable,
bajo la amplia sonrisa mecánica en tus labios,
tu corazón incierto, de todos y de nadie.
Eres la fresca sombra del chopo junto al río;
y los hombres te buscan sólo por un instante,
cuando te necesitan; y se van de tu lado,
olvidándote al punto, al caer de la tarde.
¿Dónde va tu recuerdo, silencioso y confuso,
al par de las caricias que hábilmente repartes?
El sabor de los besos, ¿es dulce o es amargo?
Las manos que te aprietan, ¿son violentas o suaves?
¿No hay un amor lejano que ilumine tu vida?
¿Un niño, ojos azules, para llamarte madre?
¡Qué sola estás, qué triste, mujer de las esquinas,
vendiendo los jirones de tu vida en la calle!
Francisco Álvarez Hidalgo
Soy una vieja huella sobre tu carne tibia,
bella mujer sedienta, callejera incesante,
lujuria en flor ardiente de noche en cada esquina.
Soy un turbio deseo, entre tantos que nacen
a tu paso, midiendo la perfecta estructura
de los senos redondos, la cadera oscilante.
Mis ojos han surcado mil veces la marisma
de los tuyos nublados. Has encendido el hambre
vital, adormecida, de placeres ocultos,
que flotan en la noche, viciándonos el aire.
Alguien me dijo que eres una mujer cansada;
que la tristeza roe sin cesar e implacable,
bajo la amplia sonrisa mecánica en tus labios,
tu corazón incierto, de todos y de nadie.
Eres la fresca sombra del chopo junto al río;
y los hombres te buscan sólo por un instante,
cuando te necesitan; y se van de tu lado,
olvidándote al punto, al caer de la tarde.
¿Dónde va tu recuerdo, silencioso y confuso,
al par de las caricias que hábilmente repartes?
El sabor de los besos, ¿es dulce o es amargo?
Las manos que te aprietan, ¿son violentas o suaves?
¿No hay un amor lejano que ilumine tu vida?
¿Un niño, ojos azules, para llamarte madre?
¡Qué sola estás, qué triste, mujer de las esquinas,
vendiendo los jirones de tu vida en la calle!
Francisco Álvarez Hidalgo
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