El tiempo perdido

Estaba convencido que la vida era como el carmín de esa boca que se ama y está pronta a ser recuerdo.

Fue así que, siendo adolescente y habiéndose enamorado como nunca antes, detuvo su camino, proponiéndole al ser elegido por su beso, reencontrarse al término de la adultez y así evitar el desgaste que se consigue compartiendo el transcurso de los años. Lo más importante era preservar ese sentimiento único y juramentadamente irrepetible.

Una tarde, cuando sus canas bordeaban el cordón de los setenta, se dispuso volver a reunirse con esa mujer, dueña incuestionable del amor impoluto y que, en mutuo acuerdo, decidieran unificarse para siempre en el último tramo de sus vidas. La aceptación, por parte de ella, fue inmediata.

Y aunque la intensidad de la pasión haya disminuido, igual que la fuerza de sus sueños, pasan su tiempo recordando los hermosos momentos compartidos en aquella juventud, mientras sus restos evocativos se evaden en silencio.