PADRE

Que grande me parecías
que bello y que gallardo
cuando recorrías los trigales
erguido sobre tu caballo.
Las aves que sobrevolaban
para coger algun grano
al verte se acomodaban
en la rama de algún árbol.
Nunca supe si es que ellas
te veían cómo lo hacía yo
y veneraban tu presencia
y tu porte de gran señor.
Las tardes te devolvían
impregnado de ocasos,
con la fatiga al galope
por el camino de álamos.
De lejos te reconocía
por tus cabellos plateados,
donde el sol antes de esconderse
posaba sus últimos rayos.
Que grande me parecías
entonces y también hoy día,
en que te recuerdo padre
cómo la niña de aquellos días.

Luciernaga