El viaje - parte II
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El viaje - parte II
El viaje - parte II
VII
¿Seguro que quiere bajar aquí? – dijo el guarda recalcando con extrañeza el adverbio de lugar aquí ¿aquí? Sólo pasaron dos estaciones dos sólo dos
Patricio percibía en el tono interrogativo del hombre, un eco, una repetición envolvente y cuanto más se duplicaban las palabras, más firme era su decisión de bajar aquí a sólo dos estaciones de General Roca.
El campo con su infinitud tejía redes, lo cercaba, se sentía como un clavel del aire, mínimas raíces, frágiles al soplo de cualquier duda.
Mientras sorbe el café pasea la mirada por las cosas, suavemente, con el temor de que el tiempo se deshaga entre sus dedos. Un olor dulzón a río, un destello de sol iluminando cada objeto, piensa en su cabellera, en el viento cálido del verano meciendo lento los juncos de la orilla, las ramas delgadas de los sauces, almendras, amarettis, café expresso, la bruma del Victoria´s coffee, objetos romos, gastados por veinte años de encierro, sabor agridulce, lectura de viejos libros sepias, como fotos, como pelo rojizo, como sol en otoño, collage, cadena, hueco, vacío, la sensación de algo faltante, perdido.
Dejó este paquete para usted, le había dicho el dueño de la librería.
VIII
Cuando cruzó la vía y entró al Bar, se sentó en una mesa y pidió un café, miró por la ventana, vidrios repartidos dividían el paisaje, tejas, galerías de madera, un perro flaco olfateando en busca de comida, caminando detrás de la gente como sin dueño, una mujer de edad indefinida, un trapo de terciopelo negro enmarcado con cuatro maderas, un paraguas plantado en un tacho de arena y aros, anillos, collares, chucherías plateadas, doradas, gemas de colores, destellos a la luz del sol que la mujer va colgando sobre el paraguas, ahora la mujer se coloca un sombrero y se sienta en el suelo, la espalda apoyada sobre el muro. Ofrece su mercadería con voz apenas audible como si recitara una plegaria. Nam miojo rengue kio, piensa Patricio. Ese mantra aparece en su mente, imagina que la mujer lo recita, va leyendo sus labios, formando cada palabra
Nam
Miojo
Rengue
Kio
¿de dónde le viene esta frase? Familiar y lejana, la imagen de una mujer a la hora del crepúsculo, el sol muriendo rojo,
Nam miojo rengue kio
escondiéndose en el horizonte, las piernas cruzadas en posición de loto los brazos extendidos, el tronco flexionándose hasta tocar la frente con el suelo,
Nam miojo rengue kio
la espalda curva, los omóplatos dos muñones de alas, el pelo negro sobre el suelo, ocultando el rostro, quiere ver ese rostro
Nam miojo rengue kio, musita la voz, el tronco vuelve a elevarse, la mujer gira la cabeza, lo mira y le sonríe. Ese rostro tan dulce, tan familiar, parecido al de Eliana, al de su madre, parecido a su propio rostro, se va esfumando, se diluyen los ojos, la boca, la nariz, sólo queda un óvalo liso, sin marcas.
IX
Hotel El Conquistador, habitaciones con baño privado, desayuno incluído, precios módicos. El papel pinchado sobre un corcho de la cartelera del bar, escrito a mano, seguramente por una mujer, porque la letra posee ciertos arabescos y es pequeña, prolija, sobre fondo blanco sin renglones, sin sobresaltos, equilibrada, como si siguiera una ruta de líneas invisibles. El Hotel, según le informaron, estaba a pocas cuadras. Caminó perpendicular a la vía, a lo lejos las siluetas redondeadas de las bardas fragmentadas por nubes bajas y oscuras. El Conquistador era un hotel de paredes grises por el hollín, de dos plantas. Una vieja detrás del mostrador cabeceaba una siesta tardía con la radio encendida, el calor sofocante, hacía que su mano se meciera de tanto en tanto sosteniendo una pantalla de mimbre,
¿va a quedarse?
Esta noche, por ahora
Regístrese por favor, nombre, DNI, dirección.....las llaves, la mucama le llevará las toallas, si tiene calor...un ventilador, no tenemos aire acondicionado...., si necesita hablar por teléfono...aquí en recepción, las habitaciones no tienen, el desayuno de 8 a 10, café, tostadas y mermelada, si quiere medialunas...se cobran aparte y se encargan con anticipación....
Cuando terminó la última frase la vieja pareció desinflarse, quedó con la boca abierta como si fuese a agregar otra frase más pero luego la cerró y siguió abanicándose con la mirada fija en la puerta.
Buenas noches, dijo Patricio, pero la vieja no contestó, había empezado a cabecear nuevamente.
Cargó su equipaje, subió los crujientes escalones de madera y entró en la habitación, una cama con una colcha desteñida, una mesita de luz, un ropero diminuto, una silla en un rincón, la ventana con cortinas también desteñidas, a los lejos se divisaba la estación y el sonido de un tren, ¿el tren que él debía tomar para volver a General Roca? ¿el tren con destino a Buenos Aires?. Lo mismo daba, había decidido quedarse allí, en medio de la nada.
X
Patricio se tiende en la cama, el techo alguna vez blanco se deshace en retazos irregulares que se abren como flores oxidadas, con un centro de ladrillos primitivos, vigas de metal, grises indecisos cubiertos de moho. Enciende un cigarrillo, el humo se eleva lento formando una capa espiralada, sólo siente el sonido seco de sus pitadas y el soplido del humo escapándose envolvente. Se adormece. Las capas de pintura que cuelgan del techo van abriendo sus pétalos, deshojándose en lluvia blanca hasta dejarlo de cara al cielo, un cielo azul y sin nubes en medio de la plaza, enfrente, el colegio Don Bosco, a unos pasos, el puente, lo cruza, busca el tronco de un árbol, pasea sus manos por sus cicatrices como si cada veta estuviera formada por palabras y él descifrara un mensaje, tropieza con su nombre una P panzona y más abajo Eliana y el vértice agudo del corazón y la flecha que lo parte dejando los nombres separados, fragmentados. Desliza su espalda por el tronco como si acariciara la rugosa superficie hasta llegar al suelo y ahí descubre el paquete, levemente inclinado entre las raíces. Piensa que todavía no lo ha abierto y presuroso, levanta la tapa de cartón, un violento color ocre lo enceguece como si el otoño hubiera volcado todas sus hojas allí o el tiempo se hubiera deshojado allí o los objetos que la caja guardara se hubieran transmutado en hojas crujientes. Hunde sus manos y se deshacen como viejos pergaminos y percibe que esas hojas son restos de papel cubiertos de palabras desteñidas y trata de juntarlas y leer esa historia, encontrar el mensaje que le ha sido destinado.
Porque yo ya no soy yo
Ni mi casa es ya mi casa
alcanza a leer,
No te olvidés de este verso al volver. Echa raíces, permanece. Sé testimonio entre tanto despojo.... las palabras, cada vez más borradas y el papel,se transforma en un montón de cenizas, una urna funeraria que toma con delicadeza entre sus manos y esparce junto al puente, sobre las aguas.
Sabe que lo que menos ha sido en estos años fue testimoniar aquella época oscura. Como si él mismo fuera invisible al pasado, se escondió en una especialización tan remota como Literatura Medioeval, lejos del hoy, con un lenguaje en formación, juglaresco, en un mundo donde el amor cortés formaba parte de un amor platónico y distante. Atrás quedaron las coplas de Juan Panadero, los romances de Lorca, la Antología Rota de León Felipe. Y mucho más acá en nuestro continente, toda la literatura latinoamericana con su héroes persiguiendo utopías, Garabombo, Juan sin tierra, Vagamundo y Ganapán, las venas abiertas, y el cuerpo venerado de Esa mujer secuestrado y enterrado en tierras extrañas y desconocidas, como el de Eliana. Quiso evitar el dolor, sepultarlo, esconderse en los poemas del Mester de Clerecía,
Mester trago fremoso non es de ioglaria
Mester es sen pecado ca es de clerezia
Fablar curso rimado por la quaderna uja
A sillauas cuntadas ca es grant maestria
Y ahora ella le pedia en sueños, sé testimonio entre tanto despojo, volver sobre sus pasos, echar raíces, permanecer. Cuando él sólo quería seguir viviendo en el siglo XIII, instalarse allí cómodo y seguro. Olvidar rostros, nombres, lugares había sido su consigna todos estos años. Pero había vuelto a su terruño quizás porque el olvido se le hizo insoportable, innecesario ya. Quizás porque volver era enfrentar el pasado y sus miedos y encontrarla en ese paquete que le estaba destinado desde hace años.
Adriana Agrelo
VII
¿Seguro que quiere bajar aquí? – dijo el guarda recalcando con extrañeza el adverbio de lugar aquí ¿aquí? Sólo pasaron dos estaciones dos sólo dos
Patricio percibía en el tono interrogativo del hombre, un eco, una repetición envolvente y cuanto más se duplicaban las palabras, más firme era su decisión de bajar aquí a sólo dos estaciones de General Roca.
El campo con su infinitud tejía redes, lo cercaba, se sentía como un clavel del aire, mínimas raíces, frágiles al soplo de cualquier duda.
Mientras sorbe el café pasea la mirada por las cosas, suavemente, con el temor de que el tiempo se deshaga entre sus dedos. Un olor dulzón a río, un destello de sol iluminando cada objeto, piensa en su cabellera, en el viento cálido del verano meciendo lento los juncos de la orilla, las ramas delgadas de los sauces, almendras, amarettis, café expresso, la bruma del Victoria´s coffee, objetos romos, gastados por veinte años de encierro, sabor agridulce, lectura de viejos libros sepias, como fotos, como pelo rojizo, como sol en otoño, collage, cadena, hueco, vacío, la sensación de algo faltante, perdido.
Dejó este paquete para usted, le había dicho el dueño de la librería.
VIII
Cuando cruzó la vía y entró al Bar, se sentó en una mesa y pidió un café, miró por la ventana, vidrios repartidos dividían el paisaje, tejas, galerías de madera, un perro flaco olfateando en busca de comida, caminando detrás de la gente como sin dueño, una mujer de edad indefinida, un trapo de terciopelo negro enmarcado con cuatro maderas, un paraguas plantado en un tacho de arena y aros, anillos, collares, chucherías plateadas, doradas, gemas de colores, destellos a la luz del sol que la mujer va colgando sobre el paraguas, ahora la mujer se coloca un sombrero y se sienta en el suelo, la espalda apoyada sobre el muro. Ofrece su mercadería con voz apenas audible como si recitara una plegaria. Nam miojo rengue kio, piensa Patricio. Ese mantra aparece en su mente, imagina que la mujer lo recita, va leyendo sus labios, formando cada palabra
Nam
Miojo
Rengue
Kio
¿de dónde le viene esta frase? Familiar y lejana, la imagen de una mujer a la hora del crepúsculo, el sol muriendo rojo,
Nam miojo rengue kio
escondiéndose en el horizonte, las piernas cruzadas en posición de loto los brazos extendidos, el tronco flexionándose hasta tocar la frente con el suelo,
Nam miojo rengue kio
la espalda curva, los omóplatos dos muñones de alas, el pelo negro sobre el suelo, ocultando el rostro, quiere ver ese rostro
Nam miojo rengue kio, musita la voz, el tronco vuelve a elevarse, la mujer gira la cabeza, lo mira y le sonríe. Ese rostro tan dulce, tan familiar, parecido al de Eliana, al de su madre, parecido a su propio rostro, se va esfumando, se diluyen los ojos, la boca, la nariz, sólo queda un óvalo liso, sin marcas.
IX
Hotel El Conquistador, habitaciones con baño privado, desayuno incluído, precios módicos. El papel pinchado sobre un corcho de la cartelera del bar, escrito a mano, seguramente por una mujer, porque la letra posee ciertos arabescos y es pequeña, prolija, sobre fondo blanco sin renglones, sin sobresaltos, equilibrada, como si siguiera una ruta de líneas invisibles. El Hotel, según le informaron, estaba a pocas cuadras. Caminó perpendicular a la vía, a lo lejos las siluetas redondeadas de las bardas fragmentadas por nubes bajas y oscuras. El Conquistador era un hotel de paredes grises por el hollín, de dos plantas. Una vieja detrás del mostrador cabeceaba una siesta tardía con la radio encendida, el calor sofocante, hacía que su mano se meciera de tanto en tanto sosteniendo una pantalla de mimbre,
¿va a quedarse?
Esta noche, por ahora
Regístrese por favor, nombre, DNI, dirección.....las llaves, la mucama le llevará las toallas, si tiene calor...un ventilador, no tenemos aire acondicionado...., si necesita hablar por teléfono...aquí en recepción, las habitaciones no tienen, el desayuno de 8 a 10, café, tostadas y mermelada, si quiere medialunas...se cobran aparte y se encargan con anticipación....
Cuando terminó la última frase la vieja pareció desinflarse, quedó con la boca abierta como si fuese a agregar otra frase más pero luego la cerró y siguió abanicándose con la mirada fija en la puerta.
Buenas noches, dijo Patricio, pero la vieja no contestó, había empezado a cabecear nuevamente.
Cargó su equipaje, subió los crujientes escalones de madera y entró en la habitación, una cama con una colcha desteñida, una mesita de luz, un ropero diminuto, una silla en un rincón, la ventana con cortinas también desteñidas, a los lejos se divisaba la estación y el sonido de un tren, ¿el tren que él debía tomar para volver a General Roca? ¿el tren con destino a Buenos Aires?. Lo mismo daba, había decidido quedarse allí, en medio de la nada.
X
Patricio se tiende en la cama, el techo alguna vez blanco se deshace en retazos irregulares que se abren como flores oxidadas, con un centro de ladrillos primitivos, vigas de metal, grises indecisos cubiertos de moho. Enciende un cigarrillo, el humo se eleva lento formando una capa espiralada, sólo siente el sonido seco de sus pitadas y el soplido del humo escapándose envolvente. Se adormece. Las capas de pintura que cuelgan del techo van abriendo sus pétalos, deshojándose en lluvia blanca hasta dejarlo de cara al cielo, un cielo azul y sin nubes en medio de la plaza, enfrente, el colegio Don Bosco, a unos pasos, el puente, lo cruza, busca el tronco de un árbol, pasea sus manos por sus cicatrices como si cada veta estuviera formada por palabras y él descifrara un mensaje, tropieza con su nombre una P panzona y más abajo Eliana y el vértice agudo del corazón y la flecha que lo parte dejando los nombres separados, fragmentados. Desliza su espalda por el tronco como si acariciara la rugosa superficie hasta llegar al suelo y ahí descubre el paquete, levemente inclinado entre las raíces. Piensa que todavía no lo ha abierto y presuroso, levanta la tapa de cartón, un violento color ocre lo enceguece como si el otoño hubiera volcado todas sus hojas allí o el tiempo se hubiera deshojado allí o los objetos que la caja guardara se hubieran transmutado en hojas crujientes. Hunde sus manos y se deshacen como viejos pergaminos y percibe que esas hojas son restos de papel cubiertos de palabras desteñidas y trata de juntarlas y leer esa historia, encontrar el mensaje que le ha sido destinado.
Porque yo ya no soy yo
Ni mi casa es ya mi casa
alcanza a leer,
No te olvidés de este verso al volver. Echa raíces, permanece. Sé testimonio entre tanto despojo.... las palabras, cada vez más borradas y el papel,se transforma en un montón de cenizas, una urna funeraria que toma con delicadeza entre sus manos y esparce junto al puente, sobre las aguas.
Sabe que lo que menos ha sido en estos años fue testimoniar aquella época oscura. Como si él mismo fuera invisible al pasado, se escondió en una especialización tan remota como Literatura Medioeval, lejos del hoy, con un lenguaje en formación, juglaresco, en un mundo donde el amor cortés formaba parte de un amor platónico y distante. Atrás quedaron las coplas de Juan Panadero, los romances de Lorca, la Antología Rota de León Felipe. Y mucho más acá en nuestro continente, toda la literatura latinoamericana con su héroes persiguiendo utopías, Garabombo, Juan sin tierra, Vagamundo y Ganapán, las venas abiertas, y el cuerpo venerado de Esa mujer secuestrado y enterrado en tierras extrañas y desconocidas, como el de Eliana. Quiso evitar el dolor, sepultarlo, esconderse en los poemas del Mester de Clerecía,
Mester trago fremoso non es de ioglaria
Mester es sen pecado ca es de clerezia
Fablar curso rimado por la quaderna uja
A sillauas cuntadas ca es grant maestria
Y ahora ella le pedia en sueños, sé testimonio entre tanto despojo, volver sobre sus pasos, echar raíces, permanecer. Cuando él sólo quería seguir viviendo en el siglo XIII, instalarse allí cómodo y seguro. Olvidar rostros, nombres, lugares había sido su consigna todos estos años. Pero había vuelto a su terruño quizás porque el olvido se le hizo insoportable, innecesario ya. Quizás porque volver era enfrentar el pasado y sus miedos y encontrarla en ese paquete que le estaba destinado desde hace años.
Adriana Agrelo
Hipólita- Cantidad de envíos : 215
Puntos : 41847
Fecha de inscripción : 28/06/2013
Re: El viaje - parte II
Como moderador suplente seré breve .Un placer leer este escrito., gracias por aportar material al foro saludos.
Roque- Poeta especial
- Cantidad de envíos : 542
Puntos : 12404
Fecha de inscripción : 19/09/2021
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