Compensaciones
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Este no es el gusto de yogur que me gusta, le dije. Lo que pasa es que él no lee. Seguro que manotea en la góndola lo primero que encuentra. Es conservador. No se actualiza con los nuevos productos. Le han quedado fijadas en el cerebro las marcas de su infancia, las que todavía sobreviven, claro. Y entonces es de lo más común que se venga con un paquete de galletitas Express, ¿por qué seguís comprando querido esas galletitas perimidas e insulsas? y él me comenta, porque en la década del 50, cuando yo era chico, el almacenero del barrio me regaló un camioncito de hojalata que tenía impreso en sus costados con colores brillantes “galletitas express” el sabor inconfundible”. Eso me dice. Pero lo mejor es su presentación del chocolate Suflaire ahí me recita ese poema que dice: "Desde el momento en que te vi,/ te quise comer toda como a un Suflaire/ lleno de burbujitas/ tableta a tableta/ belleza aérea/ viaje al infinito." Qué cursilería y no nos olvidemos de las pastillas de menta DRF que siempre van acompañadas de la siguiente cantinela “me gusta pagar 50 centavos las pastillas de menta DRF” y a continuación la historia, porque la historia es muy importante, la del inmigrante español Darío Rodríguez de la Fuente , D.R.F. ¿te das cuenta? que empieza la fabricación de una pastilla con sabor a menta, 100% artesanal, que comercializaba en las farmacias de la época en 1914.
El mozo aparece con cara sorprendida, qué interesante, no sabía esa historia de las pastillas DRF, eran mis preferidas cuando chico y pone cara de nostalgia, lo que faltaba, otro café por favor y vos querida que querés? Otro, si. Prosigamos con la historia, viste? Todos son iguales, eternos niños instalados en su nostalgia.
Y entonces su chiste favorito, desde que descubrió el origen de las famosas pastillitas es ir a cualquier kiosco y decir “me da un paquete de pastillas de menta de Darío Rodríguez de la Fuente”. Es un catálogo de productos anacrónicos y de malos chistes. Además tiene un gran sentido de la importunidad. Basta que seleccione algo, una ropa, un libro, un par de zapatos y los coloque fuera de lugar para acordarme de vestir, leer o calzar según el caso, él irremediablemente lo vuelve a poner en su sitio, aunque la casa sea un desastre y haya miles de cosas que ordenar, él va y ordena lo que yo necesito tener a mano. Siempre. Saco algo de la heladera para empezar a cocinar y zácate el tipo viene por detrás como hipnotizado, como obedeciendo a un llamado atávico y lo vuelve a guardar. Y no hablemos de la tapa del inodoro, nunca la levanta, y entonces hay que ser precavida y fijarse si no está salpicada de gotitas, porque él nunca emboca del todo, claro. Yo creo que se distrae y lo empieza a revolear para todos lados, juega mientras su mente vaga vaya a saber una por donde. Y en la cama, su sueño es pesado y alborotado al mismo tiempo, siempre tiene pesadillas y yo, que me acuesto más tarde, debo estar alerta para despertarlo o moverlo, me da cosa que se queje y grite y entonces PARE DE SUFRIR (como el eslogan de las iglesias evangelistas, ¿viste?) lo zamarreo un poco y sigue durmiendo tranquilo. Cuando me acuesto, debo buscar una posición en la que mi cara no esté cerca de sus codos o manos, porque al tipo se le da por boxearme, sí, una vez medio dormido, eso dice, se acomodó en la cama y con el puño frente a mi cara me golpeó, luego se dio media vuelta y siguió durmiendo, bueno es una forma de decir, porque yo le encajé un buen mamporro, qué se piensa. Lo único que me faltaba aguantarle. Pero lo más insufrible son los domingos, cuando podemos desayunar juntos, ¿no?. Nos gusta leer los diarios mientras desayunamos. El tipo es un bunker parapetado detrás de su Clarín deportivo, a mi me gusta compartir las noticias literarias o políticas y leerlas en voz alta y esperar comentarios, generar un debate inteligente, y entonces me mira como si no me viera y pone esa sonrisita al borde del gruñido y dice todo que sí, ahí es cuando puedo aprovechar para hacerle preguntas capciosas, ¿te parece bien entonces que me compre ese par de zapatos divinos que salen tanto y tanto? ¿es linda tu nueva compañera de trabajo, fueron a tomar un café? y él dice que sí, dice que sí a todo, con lo cual siempre me queda la duda, claro, pero luego pienso que el sí es su forma de desprenderse de mí y volver a su lectura. En esos momentos lo mataría, te juro. Pero fuera de esto, mi querida, podés casarte tranquila, son trivialidades, pequeñas escenas conyugales las que te cuento. La convivencia también tiene sus compensaciones. Ya las irás descubriendo. En realidad primero vienen las compensaciones, sólo las compensaciones, luego te vas enterando de lo otro, de a poco, va brotando como los granos en la cara de un adolescente. No te los aprietes, dejalos madurar y que revienten. Ese es mi consejo. Aguantar y alegrarse por un rato, con las benditas compensaciones.
Mi compañera, Sandra, la nueva aspirante me miraba fumando sin parar, bebiendo mis palabras como si yo fuera el oráculo de la Sibila, cuando terminé, miró su mano derecha, giró nerviosamente su alianza de oro que a esa hora de la tarde emitía efímeros resplandores de protesta y dos gruesos lagrimones cayeron en el mantel de la mesa del bar. Revolví en mi cartera y encontré los consabidos pañuelitos de papel, con un gesto mecánico los empujé hacia ella.
Querida, bienvenida al Club.
Adriana Agrelo
Este no es el gusto de yogur que me gusta, le dije. Lo que pasa es que él no lee. Seguro que manotea en la góndola lo primero que encuentra. Es conservador. No se actualiza con los nuevos productos. Le han quedado fijadas en el cerebro las marcas de su infancia, las que todavía sobreviven, claro. Y entonces es de lo más común que se venga con un paquete de galletitas Express, ¿por qué seguís comprando querido esas galletitas perimidas e insulsas? y él me comenta, porque en la década del 50, cuando yo era chico, el almacenero del barrio me regaló un camioncito de hojalata que tenía impreso en sus costados con colores brillantes “galletitas express” el sabor inconfundible”. Eso me dice. Pero lo mejor es su presentación del chocolate Suflaire ahí me recita ese poema que dice: "Desde el momento en que te vi,/ te quise comer toda como a un Suflaire/ lleno de burbujitas/ tableta a tableta/ belleza aérea/ viaje al infinito." Qué cursilería y no nos olvidemos de las pastillas de menta DRF que siempre van acompañadas de la siguiente cantinela “me gusta pagar 50 centavos las pastillas de menta DRF” y a continuación la historia, porque la historia es muy importante, la del inmigrante español Darío Rodríguez de la Fuente , D.R.F. ¿te das cuenta? que empieza la fabricación de una pastilla con sabor a menta, 100% artesanal, que comercializaba en las farmacias de la época en 1914.
El mozo aparece con cara sorprendida, qué interesante, no sabía esa historia de las pastillas DRF, eran mis preferidas cuando chico y pone cara de nostalgia, lo que faltaba, otro café por favor y vos querida que querés? Otro, si. Prosigamos con la historia, viste? Todos son iguales, eternos niños instalados en su nostalgia.
Y entonces su chiste favorito, desde que descubrió el origen de las famosas pastillitas es ir a cualquier kiosco y decir “me da un paquete de pastillas de menta de Darío Rodríguez de la Fuente”. Es un catálogo de productos anacrónicos y de malos chistes. Además tiene un gran sentido de la importunidad. Basta que seleccione algo, una ropa, un libro, un par de zapatos y los coloque fuera de lugar para acordarme de vestir, leer o calzar según el caso, él irremediablemente lo vuelve a poner en su sitio, aunque la casa sea un desastre y haya miles de cosas que ordenar, él va y ordena lo que yo necesito tener a mano. Siempre. Saco algo de la heladera para empezar a cocinar y zácate el tipo viene por detrás como hipnotizado, como obedeciendo a un llamado atávico y lo vuelve a guardar. Y no hablemos de la tapa del inodoro, nunca la levanta, y entonces hay que ser precavida y fijarse si no está salpicada de gotitas, porque él nunca emboca del todo, claro. Yo creo que se distrae y lo empieza a revolear para todos lados, juega mientras su mente vaga vaya a saber una por donde. Y en la cama, su sueño es pesado y alborotado al mismo tiempo, siempre tiene pesadillas y yo, que me acuesto más tarde, debo estar alerta para despertarlo o moverlo, me da cosa que se queje y grite y entonces PARE DE SUFRIR (como el eslogan de las iglesias evangelistas, ¿viste?) lo zamarreo un poco y sigue durmiendo tranquilo. Cuando me acuesto, debo buscar una posición en la que mi cara no esté cerca de sus codos o manos, porque al tipo se le da por boxearme, sí, una vez medio dormido, eso dice, se acomodó en la cama y con el puño frente a mi cara me golpeó, luego se dio media vuelta y siguió durmiendo, bueno es una forma de decir, porque yo le encajé un buen mamporro, qué se piensa. Lo único que me faltaba aguantarle. Pero lo más insufrible son los domingos, cuando podemos desayunar juntos, ¿no?. Nos gusta leer los diarios mientras desayunamos. El tipo es un bunker parapetado detrás de su Clarín deportivo, a mi me gusta compartir las noticias literarias o políticas y leerlas en voz alta y esperar comentarios, generar un debate inteligente, y entonces me mira como si no me viera y pone esa sonrisita al borde del gruñido y dice todo que sí, ahí es cuando puedo aprovechar para hacerle preguntas capciosas, ¿te parece bien entonces que me compre ese par de zapatos divinos que salen tanto y tanto? ¿es linda tu nueva compañera de trabajo, fueron a tomar un café? y él dice que sí, dice que sí a todo, con lo cual siempre me queda la duda, claro, pero luego pienso que el sí es su forma de desprenderse de mí y volver a su lectura. En esos momentos lo mataría, te juro. Pero fuera de esto, mi querida, podés casarte tranquila, son trivialidades, pequeñas escenas conyugales las que te cuento. La convivencia también tiene sus compensaciones. Ya las irás descubriendo. En realidad primero vienen las compensaciones, sólo las compensaciones, luego te vas enterando de lo otro, de a poco, va brotando como los granos en la cara de un adolescente. No te los aprietes, dejalos madurar y que revienten. Ese es mi consejo. Aguantar y alegrarse por un rato, con las benditas compensaciones.
Mi compañera, Sandra, la nueva aspirante me miraba fumando sin parar, bebiendo mis palabras como si yo fuera el oráculo de la Sibila, cuando terminé, miró su mano derecha, giró nerviosamente su alianza de oro que a esa hora de la tarde emitía efímeros resplandores de protesta y dos gruesos lagrimones cayeron en el mantel de la mesa del bar. Revolví en mi cartera y encontré los consabidos pañuelitos de papel, con un gesto mecánico los empujé hacia ella.
Querida, bienvenida al Club.
Adriana Agrelo
Hipólita- Cantidad de envíos : 215
Puntos : 41847
Fecha de inscripción : 28/06/2013
Re: Compensaciones
Como moderador suplente seré breve .Un placer leer este escrito., gracias por aportar material al foro saludos.
Roque- Poeta especial
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Fecha de inscripción : 19/09/2021
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