EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA
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La partida

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Mensaje por Hipólita Jue Feb 16, 2023 4:06 am

La partida

Ella hubiera querido escribir esa carta de despedida. Entre el desorden del escritorio había una pila de papeles garabateando el intento, junto a poemas recién horneados, boletas de impuestos, programas de cine, fotos, números telefónicos que con el tiempo olvidaban su procedencia y nombre. Hubiera sido más prolijo exponer las razones. Viéndola vivir día tras día, empeñándose en llegar al siguiente, apilando ropa en un rincón del cuarto, sus zapatos esparcidos formando un camino incongruente, el izquierdo en la mitad del living, el derecho debajo de la cama, otro par prolijamente alineado cerca de la puerta como listo a partir o esperando el regalo de reyes, con el cántaro de agua y el pasto, por si los camellos.
En la cocina, objetos de distinta procedencia, piedras, caracoles, souvenir de viajes, carteras, espejos, ceniceros, diarios, revistas, agendas, botellas vacías, recetas de cocina, listas de compras.
Ese desorden dibujaba tantas actividades dispersas que nadie podría sospechar que todo sería abandonado a su suerte, esperando la llegada de alguien que leyera en esa acumulación caótica todo su desconcierto, su desesperación..
Permanecer es pertenecer, había escrito alguna vez, pero un día descubrió que no pertenecía a ninguna parte, a nadie, a pesar de tantos indicios de su presencia en esta casa, que respiraba por puertas y ventanas una libertad agazapada y adioses blancos flameando en las cortinas, en las sábanas tendidas al sol.
Se había refugiado escondiéndose fuera del mundo. Había tirado un ancla desde la terraza al patio, para no bogar con el viento del sur a la deriva, en busca de otros cielos.
Por las mañanas el sol se filtraba formando dibujos caprichosos en las paredes, rebotando en objetos, acariciándolos suavemente para que despertaran de su letargo. Ella misma alertagada se dejaba acariciar por esa luz, ¿era eso la vida? ¿un dejarse acariciar, un iluminarse de a poco para volver a opacarse irremediablemente?
Cuando el viento movía los abalorios y las cuentas de metal, su casa era pura
Música. Entonces los pájaros se posaban en la baranda y batían sus alas incitándola al vuelo. Y la carta no terminaba de escribirse, de encontrar su forma, su excusa perfecta, su fundamento.
Luego se preguntaba a quién podía importarle que un día, levara anclas y con el primer viento de la mañana se largara a volar sin rumbo, ¿A quién?
Sopesando todas las posibilidades empezó a seleccionar objetos y
Provisiones. Un viaje no se decide súbitamente, hay que dejar en tierra todo lo inservible, lo que impida el vuelo. Es cuando una se da cuenta de todo lo superficial que lo rodea, lo inútil, lo sin para qué. Juntamos objetos a lo largo de la vida. Cada uno encierra un recuerdo, una emoción, la obsesión de un coleccionista. Pensamos que los álbumes de fotos son de alguna manera nuestra carta de presentación, nuestra lucha contra el olvido y posamos con sonrisas en medio de paisajes que momentáneamente son nuestros y nunca más transitaremos. Cada lugar ha adquirido brevemente la forma de nuestro cuerpo, cada objeto guarda su recuerdo. Miles de momentos, rostros amigos,
mesas tendidas en torno de una fiesta de cumpleaños, arbolitos de Navidad y manos en alto con brillantes copas de cristal y el infaltable brindis de los buenos deseos cada año.
En las fotos la muerte no borra rostros, allí se quedan para siempre recordándonos que alguna vez nos pertenecieron, nos dieron su palabra, su amor, su compañía.
Y la carta no termina de escribirse porque es difícil decir adiós, partir y en cada decisión perdemos algo para siempre. Es difícil tirar por la borda lo que ya no nos sirve, porque queda el recuerdo o un pequeño latido en cada cosa, que nos dice que alguna vez fue útil, necesaria, única entre todas. Y el valor está en eso, en ese pequeño latido que les da vida, que nos recuerda lo que hemos sido y nos ayuda a vislumbrar lo que seremos, un devenir lento hacia la muerte, el adiós definitivo.
Y entonces ella descubre que partir es tan inútil como echar raíces y que la libertad no está en el vuelo ni en el movimiento de un lado al otro, ni en levar anclas y dejarse llevar sin rumbo y arrojar el lastre para llegar más alto, ¿hacia dónde?
Y lentamente comienza a recoger el zapato izquierdo abandonado en el living con el derecho escondido bajo la cama, y cambia agua y pasto ( por si los camellos) y recoge papeles, y acomoda los restos del festín dispersos sobre la mesa y rompe los papeles de cartas inconclusas y acomoda las fotos en sus álbumes y se tiende sobre la terraza a dejarse acariciar por el sol, el viento, la música de sus abalorios y piensa en la pelusa que se refugia en los rincones, casi transparente, marcando el desgaste de las cosas. Y decide limpiarlas y eliminar el polvo abandonado y escribir esta historia de la mujer y su partida. Escribir es permanecer.


Adriana Agrelo
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