EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA
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Mensaje por Roque Sáb Feb 18, 2023 6:43 am

Cuando Jasón y sus héroes se presentaron ante Eetes, el rey de la Cólquide, ya su fama se les había adelantado y todos sabían a qué venían. Eetes no se sorprendió ni se enojó cuando Jasón le pidió, con modales de príncipe y firmeza de guerrero, que le entregara el Vellocino de Oro. 

Tenía una respuesta preparada. —No hay necesidad de arriesgar la vida de tus argonautas, Jasón, ni la de mis soldados. No lucharemos. Te daré el Vellocino si logras superar dos sencillas pruebas. Solo te pido que unzas al yugo del arado dos bueyes que tengo sin domar. Con ellos tendrás que arar un pequeño campo y sembrar allí las semillas que te entrego en esta bolsa. Parecía sencillo. Atar dos bueyes al arado. Arar. Sembrar. 

Nada que no pudiera hacer un hombre como Jasón, que no le temía a un par de toros sin domar por grandes y fuertes que fueran. Y sin embargo... Jasón nunca lo habría logrado si no hubiera sido por la ayuda de la hermosa hija de Eetes, la princesa Medea, experta en artes de hechicería. 

Medea conoció a Jasón en el palacio de su padre y toda su magia no la había protegido de caer en el más poderoso de los hechizos: el del amor. Locamente enamorada de Jasón, Medea se presentó esa noche en los aposentos que el rey había destinado a los argonautas. —Vengo a salvarte, Jasón. —No necesito ayuda de una mujer — contestó Jasón—. 

Me basta con mi fuerza y mi coraje. Medea sonrió (qué bella era su sonrisa) y siguió hablando como si no lo hubiera escuchado. —No son toros comunes los que tendrás que uncir al arado. Son un regalo del dios Hefesto. Tienen pezuñas de bronce y su aliento es de fuego. Este ungüento te protegerá de sus quemaduras y te hará invulnerable a sus cornadas. 

Jasón empezaba a entender la trampa que le habían tendido y ahora miraba con interés y curiosidad a esa muchacha que había venido a salvarle la vida. Y cuando la tuvo en sus brazos, supo que podía confiar en ella. Medea le explicó lo que tenía que hacer cuando terminara de sembrar esas supuestas semillas, que en realidad eran dientes de dragón. 

Al día siguiente, el rey Eetes, sus cortesanos, los habitantes de la Cólquide y los argonautas se reunieron para ver el espectáculo. Desarmado, con la sola fuerza de sus brazos, Jasón logró dominar a los toros y uncirlos al arado. 

Eetes no lo podía creer. Sobre todo, no entendía por qué el fuego que los monstruos despedían por las narices no quemaba al héroe. Después, Jasón aró el campo tal como se lo habían indicado y sembró los dientes de dragón. 

Apenas había terminado la extraña siembra cuando de cada una de las siniestras semillas brotó un soldado íntegramente armado y listo para la lucha. En unos instantes, un ejército completo se abalanzaba sobre Jasón, que sin retroceder ni un paso se limitó a levantar una piedra del suelo y lanzarla entre los soldados. 

Culpándose mutuamente de haber lanzado la piedra, los soldados mágicos se lanzaron entonces a luchar y pronto se exterminaron entre sí. Eetes no pensaba en modo alguno cumplir con su promesa. Había contado con que Jasón muriera tratando de realizar las pruebas. 

Ahora que había fracasado su engaño, fingió alegrarse con el éxito de Jasón mientras planeaba la manera más eficaz de prenderle fuego al Argos y asesinar al extranjero con toda su tripulación. 

Medea, que conocía a su padre, no perdió ni un segundo. Esa misma noche les dijo a los argonautas que se prepararan para partir. Y llevó a Jasón a buscar el Vellocino de Oro, que brillaba con mágico resplandor clavado al tronco de un roble en el bosque de Ares. 

Nadie podía vencer a la gigantesca serpiente insomne que lo custodiaba. Pero Medea no trató de vencerla, solo trató de dormirla. Entonó una canción mágica hasta lograr que la serpiente cayera en un sueño hipnótico. 

Con el Vellocino en su poder, Jasón y Medea abordaron la nave, que zarpó a toda velocidad, impulsada por los vientos y los remos. Eetes intentó perseguirlos con su flota, pero ningún barco común podía alcanzar al veloz Argos. Jasón y los argonautas volvían a Yolcos con el Vellocino de Oro. Pero ¿lograrían llegar a destino? El viaje de vuelta sería tan largo y tan difícil como el de ida.



Ana María Shua.
Libro Dioses y Héroes de la Mitología Griega.
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