Nieve de rosas...
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Mi madre nació en Oaxaca, si, allá donde en la parte mas alta puedes pararte junto a Juárez que apunta con la diestra, a tus pies una alfombra de colores magníficos, una ciudad de tierra buena, tierra negra, tierra fértil, donde las mujeres andan con los pies descalzos pero cubren sus cuellos y sus orejas con enormes monedas de oro, oro colorado de dieciocho kilates, donde el queso y el chocolate nacen en bolita, es fácil caminar por el centro de Oaxaca y perderte en sus calles, calles empedradas con esa sutil elegancia provinciana, banquetas estrechas llenas de gente en el área del mercado, la casa de mi tío Nicolás y su esposa Matus queda muy cerca, a media cuadra el templo de Santo Domingo, se puede tomar bien la sombra en el atrio junto con una copa enorme de nieve, de rosas, de leche quemada, de pasta.
No se por que pero allá hasta el agua es dulce, todo sabe diferente, todo sabe a bueno.
Pegadito a Oaxaca esta San Martín, recuerdo bien la huerta del tío José, hermano de mi abuela, un hombre menudito, jorobado ya por los años, sus camisas y sus calzones cortados de una manta grosera y tosca, sus pies agrietados por la sequedad y el calor del campo, manos calludas y fuertes, piel tostadísima. De su huerta seguramente me robe algunos recuerdos y olores para mi vejes, hileras completas de rosas reina, hileras de árboles frutales, limonares, guayabos, chiles, toronjas. era un hombre que de verlo no se te olvidaba jamás, aun cuando casi no pronunciaba palabra.
La gente de Oaxaca tiene cierta belleza, mi tío Juan dice que mi abuela provenía de una ultima familia real de zapotecas, indígenas puros, venidos de príncipes. El rostro de mi madre habla, sus pómulos bien marcados, su frente estrecha, su nariz tan peculiar, sus ojitos rasgados, su dentadura perfecta, rasgos bellos, rasgos puros. Cuando me miro en el espejo los pómulos de mi madre también hablan en mi rostro.
El sol cae por la tarde y la tierra se pinta de naranja, los árboles huelen al gentil rocío que ya los tiene sudados y despiden un aroma tan especial, los grillos cantan, en el patio la temperatura es perfecta, mi pie derecho cuelga de la hamaca, y mi cuerpo se mueve a como lo mueve el viento.
Escucho al viejerìo en la cocina, mis tías, mis primas, mis sobrinas, una cocina enorme en medio del patio, unas pican, otras pelan, otras tuestan y muelen, unas echan tortillas al comal. Los niños exploran y juegan con la tierra, los árboles de toronjas cubren con su piadosa sombra gran parte del caserío, aquí nadie tiene prisa, para todo hay tiempo, aquí se ofenden si no comes, si no te “avientas” un mescalazo con ellos, si vienes de visita y no aceptas ser huésped en su casa, si no aceptas sus regalos al irte. Para ellos la vida es una eterna Guelaguetza, dar para un día también recibir, todo es así de simple, y funciona. Nadie se mortifica por dinero, siempre hay para comer, aunque no haya pa`zapatos. La vida es buena, la vida es bella. De noche el viento pasa entre las ramas de los árboles y parece que canta una canción que solo tu entiendes, es difícil abandonar Oaxaca una vez que la visitas, es difícil no enamorarse de ella, de sus calles de su tranquilidad, de su mescal. Es difícil sentirte parte de algo y...tener que irte.
Lilymeth Mena.
Mi madre nació en Oaxaca, si, allá donde en la parte mas alta puedes pararte junto a Juárez que apunta con la diestra, a tus pies una alfombra de colores magníficos, una ciudad de tierra buena, tierra negra, tierra fértil, donde las mujeres andan con los pies descalzos pero cubren sus cuellos y sus orejas con enormes monedas de oro, oro colorado de dieciocho kilates, donde el queso y el chocolate nacen en bolita, es fácil caminar por el centro de Oaxaca y perderte en sus calles, calles empedradas con esa sutil elegancia provinciana, banquetas estrechas llenas de gente en el área del mercado, la casa de mi tío Nicolás y su esposa Matus queda muy cerca, a media cuadra el templo de Santo Domingo, se puede tomar bien la sombra en el atrio junto con una copa enorme de nieve, de rosas, de leche quemada, de pasta.
No se por que pero allá hasta el agua es dulce, todo sabe diferente, todo sabe a bueno.
Pegadito a Oaxaca esta San Martín, recuerdo bien la huerta del tío José, hermano de mi abuela, un hombre menudito, jorobado ya por los años, sus camisas y sus calzones cortados de una manta grosera y tosca, sus pies agrietados por la sequedad y el calor del campo, manos calludas y fuertes, piel tostadísima. De su huerta seguramente me robe algunos recuerdos y olores para mi vejes, hileras completas de rosas reina, hileras de árboles frutales, limonares, guayabos, chiles, toronjas. era un hombre que de verlo no se te olvidaba jamás, aun cuando casi no pronunciaba palabra.
La gente de Oaxaca tiene cierta belleza, mi tío Juan dice que mi abuela provenía de una ultima familia real de zapotecas, indígenas puros, venidos de príncipes. El rostro de mi madre habla, sus pómulos bien marcados, su frente estrecha, su nariz tan peculiar, sus ojitos rasgados, su dentadura perfecta, rasgos bellos, rasgos puros. Cuando me miro en el espejo los pómulos de mi madre también hablan en mi rostro.
El sol cae por la tarde y la tierra se pinta de naranja, los árboles huelen al gentil rocío que ya los tiene sudados y despiden un aroma tan especial, los grillos cantan, en el patio la temperatura es perfecta, mi pie derecho cuelga de la hamaca, y mi cuerpo se mueve a como lo mueve el viento.
Escucho al viejerìo en la cocina, mis tías, mis primas, mis sobrinas, una cocina enorme en medio del patio, unas pican, otras pelan, otras tuestan y muelen, unas echan tortillas al comal. Los niños exploran y juegan con la tierra, los árboles de toronjas cubren con su piadosa sombra gran parte del caserío, aquí nadie tiene prisa, para todo hay tiempo, aquí se ofenden si no comes, si no te “avientas” un mescalazo con ellos, si vienes de visita y no aceptas ser huésped en su casa, si no aceptas sus regalos al irte. Para ellos la vida es una eterna Guelaguetza, dar para un día también recibir, todo es así de simple, y funciona. Nadie se mortifica por dinero, siempre hay para comer, aunque no haya pa`zapatos. La vida es buena, la vida es bella. De noche el viento pasa entre las ramas de los árboles y parece que canta una canción que solo tu entiendes, es difícil abandonar Oaxaca una vez que la visitas, es difícil no enamorarse de ella, de sus calles de su tranquilidad, de su mescal. Es difícil sentirte parte de algo y...tener que irte.
Lilymeth Mena.
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