EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA
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Los dioses menores del Olimpo

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Mensaje por Roque Sáb Abr 13, 2024 11:50 pm

Los dioses menores del Olimpo

 Había otras divinidades en el cielo además de los doce grandes del Olimpo. El más importante de ellos era el dios del amor, Eros (Cupido en latín). Homero lo pasa por alto, pero para Hesíodo es El más bello de entre los dioses inmortales.
En casi todos los primeros relatos, aparece como un joven hermoso y serio que otorga buenos dones a los hombres. Esta idea que los griegos tenían de él está perfectamente recogida no por un poeta, sino por un filósofo, Platón: Ha establecido su morada en los caracteres de los dioses y de los hombres y, por otra parte, no lo hace en todas las almas indiscriminadamente, sino que si se tropieza con una que tiene el temperamento duro, se marcha, mientras que si lo tiene suave, se queda. Ni comete injusticia contra dios u hombre alguno ni es objeto de injusticia por parte de ningún hombre o dios. Pues ni padece de violencia, si padece de algo, ya que la violencia no toca a Eros, ni cuando hace algo, lo hace con violencia, puesto que todo el mundo sirve de buena gana a Eros en todo. En sus primeras apariciones, Eros no era el hijo de Afrodita, sino simplemente la acompañaba de vez en cuando. En los poetas posteriores era su hijo y casi invariablemente un niño malicioso y travieso, o algo peor.

Malvado su corazón, pero dulce como la miel su lengua.
 No hay verdad en él, el granuja. Cruel es su juego
 y pequeñas sus manos, y aun así sus flechas
 alcanzan hasta la muerte.
 Minúsculo su astil, pero lleva a las alturas celestiales.
 No toquen sus obsequios traicioneros, bañados en fuego.


Se le representa a menudo con los ojos vendados, porque el amor es con frecuencia ciego. Asistiéndole se encontraba Anteros, del que se dice en ocasiones que es el vengador del amor desairado y en otras que se opone al amor, y le acompañan también Hímeros o Deseo (Potos), e Himeneo, el dios de las ceremonias matrimoniales. Hebe era la diosa de la juventud, hija de Zeus y Hera. En ocasiones aparece con una copa, como la que escancia las bebidas a los dioses y a veces este trabajo lo realiza Ganímedes, un bello y joven príncipe troyano que fue secuestrado y llevado al Olimpo por el águila de Zeus. No hay relatos sobre Hebe excepto el de su matrimonio con Hércules. Iris era la diosa del arcoíris y la mensajera de los dioses, la única que aparece en la Ilíada.
 A Hermes se le ve primero con esta función en la Odisea, pero no ocupa el lugar de Iris: tanto el uno como la otra son requeridos por los dioses. Había también en el Olimpo dos grupos de hermanas encantadoras, las Musas y las Gracias. Las Gracias eran tres: Áglaye (esplendor), Eufrósine (júbilo) y Talía (vítores). Eran las hijas de Zeus y Eurínome, una de las hijas del titán Océano. Excepto en un relato en el que Homero y Hesíodo cuentan que Áglaye se casó con Hefesto, no se las trata como personalidades separadas, sino siempre juntas, una triple encarnación de la gracia y la belleza. Los dioses se deleitaban con ellas cuando bailaban deliciosamente al compás de la lira de Apolo, y el hombre al que visitaban era feliz. Hacían «florecer la vida»: junto a sus compañeras, las Musas, eran las «reinas del canto», y sin ellas no podía disfrutarse de ningún banquete. 
Las Musas eran nueve en número, hijas de Zeus y Mnemósine (Memoria). Al principio, como las Gracias, no se distinguían las unas de las otras. «Son todas —dice Hesíodo— una sola mente, su corazón solo aspira al canto y su espíritu está libre de cuidado. Es feliz aquel a quien las Musas aman. Por ello a pesar de que un hombre sufra pena y dolor en su alma, cuando el sirviente de las Musas canta, al momento  olvida sus negros pensamientos y no recuerda sus problemas. Tal es el sagrado obsequio de las Musas a los hombres.» Pasado el tiempo, cada una tuvo su propio campo especial. Clío era la musa de la historia, Urania de la astronomía, Melpómene de la tragedia, Talía de la comedia, Terpsícore de la danza, Calíope de la poesía épica, Erato de la poesía amorosa, Polimnia de los cantos a los dioses y Euterpe de la poesía lírica. Hesíodo vivía cerca de Helicón, una de las montañas de las Musas; las otras eran Piero —en Pieria, donde nacieron—, Parnaso y, por supuesto, Olimpo. Un día, se le aparecieron las nueve y le dijeron: «Sabemos cómo decir falsedades que parezcan verdad, pero también, cuando queremos, podemos pronunciar cosas verdaderas».
 Eran compañeras de Apolo, el dios de la verdad, así como de las gracias. Píndaro afirma que la lira es tanto de ellas como de Apolo: «La lira dorada a la que el paso, el paso del danzante atiende, poseída al tiempo por Apolo y por las Musas engalanadas de violetas». El hombre al que inspirasen se convertía en más sagrado que cualquier sacerdote. A medida que la idea de Zeus se hacía cada vez más noble, dos formas augustas se sentaban junto a él en el Olimpo: Temis, que significa lo justo o justicia divina, y Diké, que es la justicia humana. Pero nunca se convierten en personajes reales. Lo mismo se puede decir de dos emociones personificadas que Homero y Hesíodo consideran como los sentimientos más nobles: Némesis, normalmente traducido como la cólera justificada, y Aidos, un palabra difícil de traducir, pero de uso común entre los griegos: significa la reverencia y la vergüenza que impide a los hombres cometer malas acciones, pero también se refiere al sentimiento que un hombre próspero debe tener en presencia de los desafortunados; no compasión, sino una sensación de que la diferencia entre él y aquellos pobres desgraciados no es merecida. No parece, sin embargo, que ni Némesis ni Aidos tuvieran su hogar con los dioses. Hesíodo dice que si finalmente todos los hombres se vuelven completamente malvados, Némesis y Aidos se cubrirán sus hermosos rostros con un velo, dejarán el ancho mundo y partirán hacia la compañía de los inmortales. De vez en cuando unos pocos mortales eran trasladados al Olimpo pero, una vez que llegaban al cielo, desaparecían de la literatura. Contaremos después sus relatos.


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