AQUELLA FOGATA
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AQUELLA FOGATA
por Luis Prieto Miér Mayo 15, 2013 11:55 am
AQUELLA FOGATA
Recorría en el fuego todas las muertes anunciadas, las voces perdidas tras las miserias del amor y el odio.
Redescubría la soledad del corredor de fondo, el traqueteo maldito de los sueños disfrazados de polvo y brisas que se perdían en las caricias de las palabras calladas.
Flores de cartón para el maleficio de los dragones.
Reclamos de sal para la sed de los saltimbanquis.
Dinosaurios de tiempos difusos en el silencio del olvido.
La sangre nueva buscaba arterias de flujos colaterales por donde airear la vida. Y nadie recordaba ya la voz del poeta de las mil bofetadas que se había ocultado de las miradas impúdicas o de los gritos que ensuciaban los besos prestados.
Sólo retumbar de tambores, silencios aclamados para el disfrute parsimonioso de los titiriteros del corazón expuesto.
Sólo repiqueteos de campanas de júbilo para el consumo fugaz de las máscaras.
Lumbres de salitre y cieno en la iniciación de la huída.
Escamas de sirenas heridas por las mareas de la distancia.
Azucarillos para endulzar el cautiverio final de los enanos sin ojos.
Aquella fogata muda seguía bailando compases inciertos. Los recuerdos luchaban con las ausencias en una batalla de sombras chinescas que olían a humo y a precipicios cercanos. Vacío de los parapetos que sueñan caminos difíciles. Dolores de las manos cansadas. Caricias de los labios que ríen y lloran.
(La fogata se consumía a impulsos irregulares de amarillos y rojos...)
Luis E. Prieto
Recorría en el fuego todas las muertes anunciadas, las voces perdidas tras las miserias del amor y el odio.
Redescubría la soledad del corredor de fondo, el traqueteo maldito de los sueños disfrazados de polvo y brisas que se perdían en las caricias de las palabras calladas.
Flores de cartón para el maleficio de los dragones.
Reclamos de sal para la sed de los saltimbanquis.
Dinosaurios de tiempos difusos en el silencio del olvido.
La sangre nueva buscaba arterias de flujos colaterales por donde airear la vida. Y nadie recordaba ya la voz del poeta de las mil bofetadas que se había ocultado de las miradas impúdicas o de los gritos que ensuciaban los besos prestados.
Sólo retumbar de tambores, silencios aclamados para el disfrute parsimonioso de los titiriteros del corazón expuesto.
Sólo repiqueteos de campanas de júbilo para el consumo fugaz de las máscaras.
Lumbres de salitre y cieno en la iniciación de la huída.
Escamas de sirenas heridas por las mareas de la distancia.
Azucarillos para endulzar el cautiverio final de los enanos sin ojos.
Aquella fogata muda seguía bailando compases inciertos. Los recuerdos luchaban con las ausencias en una batalla de sombras chinescas que olían a humo y a precipicios cercanos. Vacío de los parapetos que sueñan caminos difíciles. Dolores de las manos cansadas. Caricias de los labios que ríen y lloran.
(La fogata se consumía a impulsos irregulares de amarillos y rojos...)
Luis E. Prieto
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