EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA
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UN HOMBRE DESNUDO PUEDE ESTAR EN HARAPOS

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Mensaje por Bernice Dom Abr 21, 2024 4:33 am


UN HOMBRE DESNUDO PUEDE ESTAR EN HARAPOS

El examinador médico se levantó de su asiento y se acercó al muerto. Levantando
una orilla de la sábana, la retiró, exponiendo el cuerpo completo, totalmente
desnudo y mostrando a la luz de la vela un tono amarillo arcilloso. Tenía, sin
embargo, amplias marcas de negro azuloso, obviamente causadas por sangre
exvasada a causa de contusiones. El pecho y los costados parecían haber sido
golpeados con un mazo. Había horribles laceraciones; la piel estaba desgarrada en
tiras y jirones.
El examinador se dirigió al extremo de la mesa y desató un pañuelo de seda que
había sido colocado bajo la barbilla y atado sobre la cabeza. Cuando el pañuelo fue
retirado reveló lo que había sido la garganta. Algunos de los jurados que se habían
levantado para ver mejor se arrepintieron de su curiosidad y retiraron la mirada. El
testigo Harker fue hacia la ventana abierta y sacó la cabeza, débil y asqueado. Tras
dejar caer el pañuelo sobre el cuello del muerto, el examinador se dirigió a un
ángulo de la habitación y de una pila de ropas removió las piezas una por una,
sosteniéndolas un momento inspeccionarlas. Todas estaban desgarradas y tiesas de
sangre. Los jurados no las inspeccionaron con detalle. Parecían poco interesados. En
realidad ya habían visto todo esto antes; lo único nuevo para ellos era el testimonio
de Harker.
"Caballeros", dijo el examinador, "creo que no tenemos más evidencia. Si deber ya
les ha sido explicado; si no tienen preguntas pueden salir y considerar su veredicto".
El presidente del jurado se levantó - un hombre alto y barbado de sesenta años,
vestido de manera ordinaria.
"Quisiera hacer una pregunta, señor examinador", dijo. "¿De qué manicomio se
escapó este su último testigo?".
"Señor Harker", dijo el examinador con gravedad y calma, "¿de qué manicomio se
ha escapado usted?".
Harker se ruborizó, pero no dijo nada, y los siete jurados se levantaron y salieron
solemnemente de la cabaña.
"Si ya ha terminado de insultarme, señor", dijo Harker, en cuanto él y el oficial se
quedaron solos con el muerto, "¿supongo que soy libre de marcharme?".
"Sí".
Harker empezó a retirarse, pero hizo una pausa con la mano ya en la perilla de la
puerta. El hábito de su profesión era fuerte en él - más fuerte que su sentido de
dignidad personal. Se volvió y dijo:
"El libre que tiene ahí - lo reconozco como el diario de Morgan. Se veía usted muy
interesado en él; lo estuvo leyendo mientras yo testificaba.
¿Puedo verlo? Al publico le gustaría - ".
"El libro no será parte de este asunto", replicó el oficial, deslizándolo en el bolsillo
de su abrigo, "todo lo que se escribió en él ocurrió antes de la muerte del autor".
Mientras Harker salía de la casa el jurado volvió a entrar y permaneció de pie junto a
la mesa, en la que el ahora cubierto cadáver se delineaba bajo la sábana con clara
definición. El presidente se sentó cerca de la vela, sacó de su bolsillo un lápiz y un
trozo de papel y escribió, con alguna dificultad, el siguiente veredicto, que con
diversos grados de esfuerzo todos firmaron:
"Nosotros, el jurado, encontramos que los restos encontraron su muerte a manos de
un león de montaña, pero algunos de nosotros piensan, al mismo tiempo, que
tuvieron ataques".


AMBROSE BIERCE
Bernice
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