LAS NOCHES BLANCAS EN ARJÁNGELSK
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LAS NOCHES BLANCAS EN ARJÁNGELSK
LAS NOCHES BLANCAS EN ARJÁNGELSK
Las noches blancas, un continuo “puede ser”...
Algo brilla e inquieta extrañamente,
puede ser el sol o puede que sea la luna.
Quizá con tristeza o quizá con alegría,
quizá por Arjángelsk o quizá por Marsella
pasean los novatos marineros.
Las camareras abrazadas a ellos,
y bajo las cejas, como botes helados,
balanceándose se mueven los ojos.
¿Acaso la astucia dictará
y ellas deberán apartar sus labios?
Quizá sea necesario, o quizá no.
Las gaviotas chillonas revolotean sobre los mástiles—
quizá lloran o quizá se ríen.
Y en la orilla el marinero al despedirse
le da a la mujer un largo beso en los labios:
“¿Cómo te llamas?” — “Qué importa...”
Quizá así o quizás no.
Sube por la escalera al barco:
“¡Te traeré una piel de foca!”
Pero se olvidó que no sabe a dónde.
La mujer se queda en silencio.
Quién sabe, puede que vuelva,
puede que no pero puede que sí.
Sin querer, en el muelle, me parece que
las gaviotas no son gaviotas ni las olas, olas.
Él y ella no son él y ella:
todo es el reflejo de las noches blancas,
es pleamar y bajamar,
quizá insomnio o quizá un sueño.
La sirena suena intensamente, como un adiós.
Él ya no mira con tristeza.
Allí está, aparte, lejano, navegando,
gustoso lanza bromas pesadas,
tal vez en el mar o quizá en el barco,
quizá sea él o puede que no.
Anónima, sobre el muelle—
quizá es el fin o quizás el principio—
la mujer del ligero abrigo gris
desaparece lentamente como una cortina de niebla. —
Quizá es Vera, Tamara
o Zoia, o quizá nadie...
Yevgueni Yevtushenko
Las noches blancas, un continuo “puede ser”...
Algo brilla e inquieta extrañamente,
puede ser el sol o puede que sea la luna.
Quizá con tristeza o quizá con alegría,
quizá por Arjángelsk o quizá por Marsella
pasean los novatos marineros.
Las camareras abrazadas a ellos,
y bajo las cejas, como botes helados,
balanceándose se mueven los ojos.
¿Acaso la astucia dictará
y ellas deberán apartar sus labios?
Quizá sea necesario, o quizá no.
Las gaviotas chillonas revolotean sobre los mástiles—
quizá lloran o quizá se ríen.
Y en la orilla el marinero al despedirse
le da a la mujer un largo beso en los labios:
“¿Cómo te llamas?” — “Qué importa...”
Quizá así o quizás no.
Sube por la escalera al barco:
“¡Te traeré una piel de foca!”
Pero se olvidó que no sabe a dónde.
La mujer se queda en silencio.
Quién sabe, puede que vuelva,
puede que no pero puede que sí.
Sin querer, en el muelle, me parece que
las gaviotas no son gaviotas ni las olas, olas.
Él y ella no son él y ella:
todo es el reflejo de las noches blancas,
es pleamar y bajamar,
quizá insomnio o quizá un sueño.
La sirena suena intensamente, como un adiós.
Él ya no mira con tristeza.
Allí está, aparte, lejano, navegando,
gustoso lanza bromas pesadas,
tal vez en el mar o quizá en el barco,
quizá sea él o puede que no.
Anónima, sobre el muelle—
quizá es el fin o quizás el principio—
la mujer del ligero abrigo gris
desaparece lentamente como una cortina de niebla. —
Quizá es Vera, Tamara
o Zoia, o quizá nadie...
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Arjona Dalila Rosa- Cantidad de envíos : 1230
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