EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA
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El club de los senos grandes

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Mensaje por Hipólita Jue Feb 16, 2023 4:03 am

El club de los senos grandes

I

Somos cuatro. Cada jueves nos reunimos en el Café de la medialuna. El nombre no deriva de la confitura, no, no creas que es la medialuna del famoso café con leche, esa que cuando vas a la panadería la vendedora te pregunta ¿de grasa o de manteca? y vos no sabés qué contestar, cuál saborear primero. No, esta es una media-luna más romántica, la que aparece en el cielo dibujando una sonrisa finita y muchos la llaman luna árabe. Generalmente viene acompañada de una pequeña estrella en la punta. Y una piensa en el desierto o en los palacios de cúpulas redondeadas e invariablemente en Scherazade y sus noches de mil y un cuentos. Bueno, aquí nos reunimos, vamos llegando de a una o de a dos con idéntica sonrisa estampada en nuestra cara. Aunque es una forma de decir, porque por ejemplo Claudia, acaba de injertarse colágeno en los labios y le lucen morcillosos, fruncidos y expectantes para el beso. Pero la idea no es criticar estos detalles, si Claudia se hizo la boca, Celeste se agrandó las tetas, Marián
se levantó las nalgas caídas o yo me estiré un poquito las mejillas hacia arriba, sino
decir que nos reunimos todos los jueves en el café de la medialuna cuatro amigas. Nosotras bromeamos diciendo que el nuestro es "el club de las tetas grandes", sabiendo ya que en el caso de Celeste es una impostura, ¿no?. También nuestra frase preferida, y que nos hace dignas socias del mencionado club es decir: Que nadie se cuelgue de nuestras tetas, Celeste mediante. Es inevitable dirigir nuestras miradas hacia ella cuando decimos esta frase, no se ofende, al contrario, se siente orgullosa de su nueva adquisición y las muestra con descaro. Sí, se levanta la blusa o la remera o lo que tenga puesto y allí están, redondas, siemprefrescas e imperturbables al paso del tiempo. Nos miran desde sus pezones de 20 años recienestrenados y abiertos al mundo y seguro que todas pensamos en Celeste con sesenta años y sus tetas de veinte, celeste a sus setenta y sus tetas de veinte, Celeste ya muerta y tendida en el ataúd y sus frescas y siemprevivas tetas de veinte. Alguien las recogerá del polvo intactas y siempre lozanas. Casi un cuadro surrealista, el polvo, unos cuantos huesitos y ellas afirmando que la muerte no existe, como en los poemas de Walt Whitman. Y aquí estamos es jueves y miro por la ventana, faltan escasos cinco minutos para las seis de la tarde, saco mi celular de la cartera por si a alguna se le ocurre mandarme un mensajito de último momento anulando la cita, aunque nos hemos prometido no faltar por ninguna razón, salvo en casos de catástrofe personal y estipulando qué entendemos por catástrofe personal. Que H. descubra que existe J. Que pesquemos a J. con X y decidamos hacer un escándalo allí donde esté (como si H. no existiera) o al revés que veamos a H. con una espléndida señorita veinte años menor y con auténticas tetas de veinte y que actuemos como si J. no existiera. En fin. Variantes del estilo. La peor, la más humillante pesadilla sería pescar a H. con J. Al menos para nosotras que estamos allí, en el límite del medio siglo y que la palabra bisexual es ancha y ajena.
La primera en llegar es Claudia, la veo desde la esquina con paso titubeante, algo le pasa, lleva unas sandalias rojas de taco fino, trastabilla, los pies se mueven de izquierda a derecha como buscando equilibrio, el derecho se tuerce, se le parte el taco, comienza a caminar sólo con la sandalia izquierda pero se siente ridícula, desacompasada y entonces en un delicado gesto levanta el pie hacia atrás doblando graciosamente la pierna, como cuando en las películas la protagonista se prepara para el beso y se pone en puntas de pié, señal indiscutible de que ya está besando al señor de los pantalones que invariablemente es muy alto, así la veo. Ahora se sacó la otra sandalia y sigue caminando hacia el café, descalza, con los zapatos y el taco roto entre las manos. ¿Dónde en este barrio habrá un zapatero remendón? me dice. ¿buenas tardes? le contestó. Sí, buenas tardes, lo único que me faltaba en este día, acabo de romper con P. cuando vengan las chicas les cuento. Por las dudas saco de mi cartera la caja de papel tisú, la usamos siempre, por una cosa o la otra, o porque nos reímos hasta llorar o porque lloramos a moco tendido. En caso de olvido, la camarera que ya nos conoce, nos trae esas servilletas de papel que vienen en un aparatejo de acero inoxidable rectangular. Me preparo mentalmente para la gran parrafada que nos dará Claudia cuando comience su trágica historia con P., que no es la primera vez que rompe con P., ¿sabés? Ya casi es un lugar común. Romper con P. cada tres o cuatro jueves, llorar, maldecir, prometer que nunca más y luego volver radiante, renovada y feliz y cuando una piensa qué suerte se lo sacó de la cabeza conoció a X Y o Z, resulta que la felicidad que le ilumina la cara y le hace fruncir sus labios generosos al borde del beso, es que P. volvió a su vida. Y así estamos el resto, amandodiando a P. por los siglos de los siglos. Pedimos un café y un submarino. El invariable chocolate para Claudia que siempre necesita calmar el mal de amores con esa dulce golosina. Ya la veo sumergiendo la barrita en la leche y haciéndola desaparecer en su reciente bocaza.
No es que me vuelva obsesiva pero su boca me salta a los ojos parece esos payasos que salen de la caja al destaparla, inevitable dirigir hacia allí la mirada. Su boca la precede y las palabras que brotan de ella pasan a segundo plano, demasiado pequeñas e insignificantes se cuelgan de sus enormes labios, hacen piruetas, desaparecen como tragadas por una ballena. Trato de disimular y desvío la mirada hacia la calle, buscando a Celeste o a Maríán mientras sorbo de a poquito mi café. . Y allí aparecen las dos por la puerta lateral cargadas de bolsas. Las miro con cierta envidia porque hace rato que no puedo realizar esas placenteras excursiones a las tiendas. Vienen con la sonrisa finita y bien estirada y se desploman en sendas sillas.
Bueno, ¿comenzamos?. Claro, dice Marián radiante, dos cafecitos para Celeste y para mí, y hace el gesto característico del pulgar y el índice en paralelo y la V. de la victoria para indicar la cantidad. Ah, ese gesto me trae tantos recuerdos setentistas, pero claro, no viene al caso aburrirte con mis experiencias de joven militante, ¿no? Te cuento como se desarrollan nuestras reuniones, que creo que es lo que te interesa, ya que querés formar parte del club. ¿Otro café?
Marián comienza a desembolsar objetos, telas y demás de las bolsas que traen las dos, ahí me doy cuenta que no es la consabida renovación de vestuario sino una nueva mudanza y quiero morir. ¿Por qué? Ah, claro, tendrías que conocer las tácticas y estrategias de Marián, su manual de instrucciones cómo cambiar de pareja constantemente y no morir en el intento. La que muere soy yo. Esta reunión va a ser movida, Claudia con su letanía y quizás una caja de papel tisú completa para secar su drama y Marián contando una nueva aventura, porque cada mudanza supone como la palabra lo indica un desplazamiento, un cambio, y si de ella se trata se traduce a nueva pareja. Verás. ¿Cómo estás? le pregunto, ah, bueno, ¿comienzo yo? Hace un paneo general, Celeste está entretenida comiendo todas las galletitas que acompañan nuestras bebidas, la mayoría estamos a dieta rigurosa, menos ella que mantiene su silueta contra la que no pudieron ni partos ni menopausias y Claudia que la suspende cuando rompe con P y se dedica a su vicio preferido, el chocolate. Sí, claro, como quieras, digo, viendo de reojo y con cierta alarma las telas multicolores de las cortinas, los manteles, el juego de sábanas de seda. Siempre me pregunto de dónde saca Marián tanta energía para llevar a cabo cada seis meses, un año como mucho, tantas mudanzas. El cambio de hombres pasa a segundo plano en ella, yo creo que lo que más disfruta es el armado de casas, una diseñadora nata, nunca debería haber estudiado bioquímica, y entonces pienso, qué importante es descubrir nuestra verdadera vocación. Si ella hubiera percibido esto a tiempo, ahora tendría un solo marido y se dedicaría a diseñar las casas de los otros. Estoy convencida. Bueno, sigo.
Marían comienza con su historia, es divino, un poco más joven chicas, como siempre, ustedes saben que los viejos me aburren, necesito alguien más fresco, con menos prejuicios y más energía, claro. Es artista plástico, lo que es una ventaja, por lo bohemio, creativo, disponible porque no tiene horarios para trabajar, no usa saco y corbata, lleva siempre un batín de bambula con cuello mao que le queda tan sensual y que es fácil de sacar, a este punto de la narración todas sonreímos e imaginamos a Marián haciéndolo en la alfombra, en la bañera, en la mesa de la cocina en las más diversas posturas y al final, en el momento del cigarrillo compartido con el famoso batín puesto, como quien luce su trofeo de guerra o como las mujeres que se ponen sobre el cuerpo desnudo la camisa de su amante, en las películas, claro. Nuestro imaginario es un poco convencional, de película barata, pero nos divierte ver a Marián en esas circunstancias, sabemos que luego el amante sin nombre, no vale la pena asignarle uno, pasará a segundo plano en los siguientes minutos de la narración, para que comencemos a opinar sobre la nueva casa, con sus cortinas, manteles, muebles reciclados, adornos y las infaltables sábanas de seda. Y entonces la Marián de batín se volverá a vestir de diseñadora profesional y nos indicará donde colocará las cortinas de qué color pintará las paredes y los muebles y a qué albañiles contratará para tirar paredes porque esta vez quiero un loft, luminoso y amplio, casi minimalista para que él pueda dedicarse a pintar en ese gran estudio decorado por ella y en el que vivirán de ahora en más. En una semana tengo todo listo, dice con sonrisa triunfal. ¿Cómo están ustedes? Y es allí donde comienzan los sollozos de Claudia, prestamente le acerco los papeles tisú y le explico al resto, se le rompió el taco de una de las sandalias rojas. No, no es sólo eso, protesta, rompí con P. Y allí nos miramos como deberían mirarse los tres mosqueteros ante un desvalido o una dama en apuros y comenzamos a cubrirla con las siguientes frases: Vos sabés Claudita que todo enojo con P. es pasajero, siempre discuten por las mismas cosas y luego viene la reconciliación, no seas tontina, si a ustedes lo que les gusta es reconciliarse ¿o no? Recordá la última vez, se fueron de viaje un fin de semana y volvieron como nuevos, así que no te preocupes. Esta vez es distinto chicas, yo quiero llevarlo a terapia y él no quiere, dice que yo todo lo soluciono con un diván y que él jamás dará ese paso, y que por otra parte no tiene nada que modificar, que a mí me encanta retorcer las cosas, buscar la quinta pata y analizar todo y que ya no es felíz. Las otras veces, fui yo quien se fue dando un portazo, ahora me ganó de mano y eso no lo puedo soportar. Allí decidimos, para consolarla, hablar sobre lo desconsiderado y mala persona que era P. y que era inadmisible el perdón, que cómo se atrevía a dejarla plantada y pegar el portazo final, que se empieza por un portazo y luego te ponen el ojo morado y que era mejor que ahora se diera cuenta que él se comportaba como un golpeador encubierto, qué habría que ver qué cosas sucedieron en su infancia para que P. desatara su ira en forma incontrolada y que tendría que realizar la denuncia en la comisaría correspondiente para evitar males mayores. Y Claudia quedó tan sorprendida y asustada con las implicancias de su historia que la sesión de llanto se calmó instantáneamente y la charla culminó en un ¿les parece? A lo que todas asentimos, serias. Es que ya habíamos encontrado la receta para tranquilizar a Claudia y hacerla reflexionar, según el caso esgrimíamos el plan A que consistía en el siguiente objetivo: ABAJO P. y si no el plan B: AGUANTE P. Tengo que encontrar un zapatero urgente, dijo, secándose las últimas lágrimas y explorando la calle de esquina a esquina.


Bueno, Celeste es tu turno, ¿alguna novedad? Celeste estiró su suéter para acomodarse el corpiño de ciento treinta centímetros de contorno y nos miró seguramente desde sus redondos pezones veinteañeros. Mi único drama es descubrir que aún sigo enamorada de R. mi ex, lo vi el otro día y sé que se quedó frío mirándome los pechos, claro, cuando me dejó yo tenía ochenta y cinco centímetros de contorno y él encima me dijo que se iba porque no soportaba ver mis tetas caídas, flaquitas y arrugadas como trozos de carne seca, ante el inminente llanto de Celeste le voy acercando tímidamente la caja de papel tisú que a esta altura está por la mitad. Camarera un servilletero por favor, pido. Esta historia la cuenta siempre que está deprimida o que se encuentra casualmente con R. Todas comentamos que R. es un bicho asqueroso y cruel y que si ahora le gustan sus nuevas tetas que se joda, después de todo su desprecio te impulsó a la operación, que bien cara te salió, debería habértela pagado el muy atorrante. Si, ya sé pero lo que odio es que ahora me vea y se babee, con mi nueva imagen, digamos, para no ser repetitivas, porque tantos sinónimos de tetas no hay, ¿no? Bueno, seguro que ellos se han inventado una larga lista, si, chicas hemos oído de todo en medio siglo. Les aclaro, continuó Celeste que ya me preguntó mis horarios y los anotó en su agenda y por supuesto mi celular y mi nueva dirección. ¿Y se los diste? Si, por eso lloro, por ser tan idiota y dejarme seducir por ese energúmeno obsesivo lametetas. Me encantaría que le explotaran en la cara, dijo Marían con mirada perversa, pero eso a Celeste no le causó mucha gracia, porque se llevó las manos a los pechos como protegiéndolos de cualquier explosión. Bueno, no sucederá, no te preocupes. Ahora me viene en mente esa película donde una teta gigantesca repta hacia un diminuto hombrecito y termina por aplastarlo, ese sería un buen castigo, aunque es tan lascivo que podría ser también su pesadilla favorita, digo. Pero, perdón Claudia, necesitaría tu boca para morder semejante pezón. Todas terminamos riendo, llorando de risa y esta vez los pañuelos de papel no alcanzaron y tuvimos que improvisar con el servilletero. Otro café para todas y la cuenta. Y así termina un encuentro tipo del Club de las Tetas Grandes, ¿querés asociarte? Si, ya sé que te faltó escuchar mi historia, pero en general yo soy algo así como la coordinadora, cedo la palabra, acoto, comento y escribo un informe para que quede constancia de nuestras actividades. Y claro, también me encargo de reclutar nuevas socias como vos. Es que en el fondo nuestro objetivo secreto es………….
vení acercá tu oído que te lo digo bajito, no quiero que nos escuche nadie.
II

Me gusta llegar un rato antes a las citas. Sobre todo las del club. En general, hacemos una reunión extraordinaria todos los meses, el segundo sábado de cada mes, digamos que un desayuno de trabajo, aunque dista mucho de serlo y es, a las claras, un pretexto para el encuentro.
El bar donde siempre nos encontramos es una antigua panadería, con ventanales que dan a dos avenidas, por donde penetra el sol iluminando algunas mesas y rebotando en los espejos biselados de las paredes. Siempre elegimos la mesa más distante a las puertas de acceso y a los ventanales, como en las citas clandestinas. El sábado es piedra libre, nadie coordina y las palabras fluyen espontáneas, se superponen, mezclan, precipitan como esas lluvias torrenciales que mojan todo en un instante y luego cesan de repente. Reservo nuestra mesa habitual, pero mientras tanto me siento en una mesa pequeña, para dos, junto a la ventana. Café, libro y cigarrillos mediante, disfruto de esta breve soledad y observo. Es bueno hacer callar las voces internas, ese tumulto que se acumula de lunes a viernes, filtrar los resabios de la semana, olvidarnos del cotidiano, la rutina, quitarnos el disfraz y ser. No siempre podemos y es necesario tener en claro que no somos siempre lo que hacemos. Recuperar la esencia, la energía que fluye libre de deberes e imposiciones. Los sábados soy mi propia dueña. Miro a mi alrededor y creo escuchar los pensamientos de los pocos parroquianos que beben su café, miran por la ventana remoloneando la mirada sin destino, sumergidos en su mundo, sus lecturas o en la conversación con el compañero de mesa. En estos momentos me gustaría que él estuviera conmigo, pero es sábado y rara vez nos vemos los fines de semana. Y a pesar de disfrutar estos dos días de descanso, donde puedo ser yo sin ataduras ni imposturas, lo extraño, nunca se lo digo, pero es como un hueco en el alma, un pequeño orificio que va creciendo dentro, no duele pero produce cierta languidez, cierta melancolía y de eso no se habla. Es mi secreto. Porque admitir que lo necesito es una especie de derrota. Entonces sólo me lo permito de vez en cuando, cuando estoy sola y sin armadura, como ahora. A veces pienso porque las mujeres de mi generación necesitamos identificarnos con esas valquirias libertarias, demostrar que nada nos hiere, nos toca o nos hace vibrar, que nada nos ata, sólo defender nuestra independencia, lograda a costa de tantas renuncias. Que ningún hombre ose traspasar los límites, ocupar nuestro territorio y plantar su bandera. Y sin embargo, tantas veces quisiéramos ser como niñas chiquitas y recostar nuestra cabeza en su hombro, que nos abracen y nos digan que ellos nos protegerán del mundo. Que curen nuestras heridas cuando llegamos vencidas de algunas batallas, que nos quiten la armadura y nos dejen desnudas y nos tomen y se deleite nuestro cuerpo sin ofrecer resistencia como fruta madura que cae entre sus manos. Te ofrezco mi piel, mi pulpa, la carne jugosa. Déjame el centro de mí para volver a florecer y ser una nueva fruta que se ofrece. Eso deberíamos decir aunque sea una vez. Pero no. Nos empeñamos en marchitarnos solas. Flores que crecen a orilla del pantano y que malogran su fruto sin mordedura, vírgenes en su deseo, en su capacidad de entrega.


Adriana Agrelo
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Mensaje por Pablo Martin Lun Feb 27, 2023 2:18 pm

No soy experto en este género sensual o erótico . Los moderadores están de vacaciones y la administración me puso de suplente. Leo todo y después comento. Grandes versos, saludos y a todos los que pusieron postearon les agradezco sus aportes.
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