EL AMANECER DE LA POESIA DE EURIDICE CANOVA Y SABRA
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Meditaciones de Marco Aurelio-LIBRO XII

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Mensaje por Marcela Noemí Silva Miér Abr 03, 2024 4:32 am






Meditaciones de Marco Aurelio

LIBRO XII


1. Todos los objetivos que deseas alcanzar en tu progreso puedes ya
tenerlos si no te los regateas a ti mismo y por recelos. Es decir: caso de que
abandones todo el pasado, confíes a la providencia el porvenir y endereces el
presente hacia la piedad y la justicia exclusivamente. Hacia la piedad, para
que ames el destino que te ha sido asignado, pues la naturaleza te lo deparaba
y tú eras el destinatario de esto. Hacia la justicia, a fin de que libremente y sin
artilugios digas la verdad y hagas las cosas conforme a la ley y de acuerdo
con su valor. No te obstaculice ni la maldad ajena, ni su opinión, ni su
palabra, ni tampoco la sensación de la carne que recubre tu cuerpo. Pues eso
incumbirá al cuerpo paciente. Si, pues, en el momento en que llegues a la
salida, dejas todo lo demás y honras exclusivamente a tu guía interior y a la
divinidad ubicada en ti; si temes no el poner fin un día a tu vida, sino el
hecho de no haber empezado nunca a vivir conforme a la naturaleza, serás un
hombre digno del mundo que te engendró y dejarás de ser un extraño a tu
patria y dejarás también de admirar como cosas inesperadas los sucesos
cotidianos, y de estar pendiente de esto y de aquello.


2. Dios ve todos los guías interiores desnudos de sus envolturas
materiales, de sus cortezas y de sus impurezas; porque gracias a su
inteligencia exclusiva, tiene contacto sólo con las cosas que han derivado y
dimanado de él en estos principios. Y si tú también te acostumbras a hacer
eso, acabarás con muchas de tus distracciones. Pues el que no mira los
amasijos de carne que le circundan, ¿perderá el tiempo contemplando
vestidos, casa, fama, aparato de esta índole y puesta en escena?


3. Tres son las cosas que integran tu composición: cuerpo, hálito vital,
inteligencia. De esas, dos te pertenecen, en la medida en que debes ocuparte
de ellas. Y sólo la tercera es propiamente tuya. Caso de que tú apartes de ti
mismo, esto es, de tu pensamiento, cuanto otros hacen o dicen, o cuanto tú
mismo hiciste o dijiste y cuanto como futuro te turba y cuanto, sin posibilidad
de elección, está vinculado al cuerpo que te rodea o a tu hálito connatural, y
todo cuanto el torbellino que fluye desde el exterior voltea, de manera que tu
fuerza intelectiva, liberada del destino, pura, sin ataduras pueda vivir
practicando por sí misma la justicia, aceptando los acontecimientos y
profesando la verdad; si tú, repito, separas de este guía interior todo lo que
depende de la pasión, lo futuro y lo pasado, y te haces a ti mismo, como
Empédocles «una esfera redonda, ufana de su estable redondez», y te ocupas
en vivir exclusivamente lo que vives, a saber, el presente, podrás al menos
vivir el resto de tu vida hasta la muerte, sin turbación, benévolo y propicio
con tu divinidad interior.


4. Muchas veces me he preguntado con admiración como cada uno se
tiene en más estima que a todos y, sin embargo, toma en menos consideración
su propia opinión personal que la de los demás. Y, por ejemplo, si un dios o
un sabio maestro se personase junto a uno y le diese la orden de que nada
pensara o reflexionara en su interior que no lo expresara al mismo tiempo a
gritos, ni siquiera un solo día lo aguantaría. Hasta tal punto respetamos más la
opinión de los vecinos sobre nosotros que la nuestra propia.


5. ¡Cómo los dioses que un día dispusieron en orden todas las cosas sabia
y amorosamente para el hombre pudieron descuidar sólo este detalle, a saber,
que algunos hombres extremadamente buenos, después de haber establecido
con la divinidad como muchísimos pactos y después que, gracias a su piadosa
actuación y a sus sagrados cultos, fueron por mucho tiempo connaturales a la
divinidad, una vez que han muerto, ya no retornan de nuevo, sino que se han
extinguido para siempre! Y si, efectivamente, es eso así, sábete bien que si
hubiera sido preciso proceder de otro modo, lo habrían hecho. Porque si
hubiera sido justo, habría sido también posible, y, si acorde con la naturaleza,
la naturaleza lo habría procurado. Precisamente porque no es así, si es que
ciertamente no es así, convéncete de que no es preciso que suceda de este
modo. Porque tú mismo ves también que al pretender eso pleiteas con la
divinidad, y no dialogaríamos así con los dioses, de no ser ellos muy buenos
y muy justos. Y si esto es así no habrían permitido que quedara descuidado
injustamente y sin razón nada perteneciente al orden del mundo.


6. Acostúmbrate a todo, incluso a cuantas cosas no te merecen confianza,
porque también la mano izquierda para las demás acciones, debido a su falta
de costumbre, es inútil, y, sin embargo, sostiene con más poder el freno que
la derecha, pues a este menester está habituada.


7. ¡Cómo has de ser sorprendido por la muerte en tu cuerpo y alma!
Piensa en la brevedad de la vida, en el abismo del tiempo futuro y pasado, en
la fragilidad de toda materia.


8. Contempla las causas desnudas de sus cortezas; la finalidad de las
acciones; qué es la fatiga, qué el placer, qué la muerte, qué la fama; quién no
es el culpable de su propia actividad; cómo nadie es obstaculizado por otro;
que todas las cosas son opinión.


9. En la práctica de los principios es preciso ser semejante al luchador de
pancracio, no al gladiador, porque éste deja la espada de la cual se sirve, y
muere, mientras que aquél siempre tiene la mano y no precisa otra cosa sino
cerrarla.


10. Ver qué son las cosas en sí mismas, analizándolas en su materia. en su
causa, en su relación.


11. ¡Qué privilegio tiene el hombre de no hacer otra cosa sino lo que Dios
va a elogiar, y aceptar todo lo que Dios le asigne, lo consecuente a la
naturaleza!


12. No debe censurarse a los dioses; porque ninguna falta cometen
voluntaria o involuntariamente. Tampoco a los hombres, porque nada fallan
que no sea contra su voluntad. De manera que a nadie debe censurarse.


13. Cuán ridículo y extraño es el hombre que se admira de cualquier cosa
que acontece en la vida.


14. O bien una necesidad del destino y un orden inviolable, o bien una
providencia aplacable, o un caos fortuito, sin dirección. Si, pues, se trata de
una necesidad inviolable, ¿a qué ofreces resistencia? Y si una providencia
que acepta ser aplacada, hazte a ti mismo merecedor del socorro divino. Y si
un caos sin guía, confórmate, porque en medio de un oleaje de tal índole
dispones en tu interior de una inteligencia guía. Aunque el oleaje te arrastre,
arrastre tu carne, tu hálito vital, y lo demás, porque no arrastrará tu
inteligencia.


15. La luz de una lámpara, hasta extinguirse, brilla y no pierde su fulgor.
¿Se extinguirán con anterioridad la verdad que en ti reside, la justicia y la
prudencia?


16. Respecto a la persona que te ha proporcionado la imagen de su falta.
«¿Qué sé yo si eso es una falta?» Y si realmente ha cometido una falta: «él
mismo se ha condenado ya», y así esto es semejante a desgarrarse su propio
rostro. El que no admite que el malvado cometa faltas, se asemeja al que no
acepta que la higuera lleve leche en los higos, que los recién nacidos lloren,
que el caballo relinche y cuantas otras cosas son inevitables. ¿Qué puede
suceder cuando uno tiene una disposición tal? Si en efecto eres vehemente,
cuida esa manera de ser.


17. Si no conviene, no lo hagas; si no es cierto, no lo digas; provenga de ti
este impulso.


18. En todo ver siempre qué es lo que hace brotar en ti esa tal imagen y
tratar de desarrollarla, analizándola en su causa, en su materia, en su
finalidad, en su duración temporal, en el transcurso de la cual será preciso
que tenga su fin.


19. Date cuenta de una vez que algo más poderoso y más divino posees en
tu propio interior que lo que provoca las pasiones y que lo que, en suma, te
agita a modo de marioneta. ¿Cuál es ahora mi pensamiento? ¿Es el temor?
¿Es el recelo? ¿Es la ambición? ¿Es otra pasión semejante?


20. En primer lugar, no hacer nada al azar, ni tampoco sin un objetivo
final. En segundo lugar, no encauzar tus acciones a otro fin que no sea el bien
común.


21. Que dentro de no mucho tiempo nadie serás en ninguna parte, ni
tampoco verás ninguna de esas cosas que ahora estás viendo, ni ninguna de
esas personas que en la actualidad viven. Porque todas las cosas han nacido
para transformarse, alterarse y destruirse, a fin de que nazcan otras a
continuación.


22. Que todo es opinión y ésta depende de ti. Acaba, pues, cuando quieras
con tu opinión, y del mismo modo que, una vez doblado el cabo, surge la
calma, todo está quieto y el golfo sin olas.


23. Una sola energía cualquiera, que ha cesado en el momento oportuno,
ningún mal sufre por haber cesado; tampoco el que ejecutó esta acción, por
esto mismo, a saber, por haber cesado, sufre mal alguno. Del mismo modo,
en efecto, el conjunto de todas las acciones, que constituyen la vida, caso de
cesar en el momento oportuno, ningún mal experimenta por el hecho de haber
cesado, ni tampoco el que ha puesto fin oportunamente a este
encadenamiento sufre mal. Y la oportunidad y el límite los proporciona la
naturaleza, unas veces la naturaleza particular, como sucede con la vejez;
pero generalmente la naturaleza del conjunto universal, cuyas partes se
transforman para que el mundo en su conjunto permanezca siempre joven y
en su pleno vigor. Y todo lo que conviene al conjunto universal es siempre
bello y está en sazón. Así, pues, el término de la vida para cada uno no es un
mal, porque tampoco es un oprobio, pues no está sujeto a nuestra elección y
no daña a la comunidad, y sí es un bien, porque es oportuno al conjunto
universal, ventajoso y adaptado a él. Así, el que se comporta de acuerdo con
Dios en todo, es inspirado por un hálito divino y es llevado, gracias a su
reflexión, a sus mismos objetivos.


24. Preciso es tener a mano estos tres pensamientos. Respecto a lo que
haces, si lo haces, que no sea ni a la ventura, ni de un modo distinto a como
lo hubiese hecho la justicia misma. Respecto a los sucesos exteriores, piensa
que suceden o bien por azar, o bien por una providencia, y no debes censurar
al azar ni recriminar a la providencia. En segundo lugar, piensa cómo es cada
uno desde que es engendrado hasta la posesión del alma, y desde ésta hasta la
devolución de la misma. Piensa también de qué elementos se compone y en
cuáles se disolverá. En tercer lugar, piensa que si de pronto remontándote por
el aire examinaras las cosas humanas y su multitud de formas, al ver
simultáneamente cuán gran espacio ocupan los habitantes del aire y etéreos,
las despreciarías; y que, cuantas veces te remontaras a lo alto, verías lo
mismo, su uniformidad, su pequeña duración. A esas cosas se refiere la
vanidad humana.


25. Expulsa la opinión. Estás a salvo. ¿Quién, pues, te impide expulsarla?


26. Siempre que te molestas por algo, olvidas que todo se produce de
acuerdo con la naturaleza del conjunto universal, y también que la falta es
ajena, y, además, que todo lo que está sucediendo, así siempre sucedía y
sucederá, y ahora por doquier sucede. Cuánto es el parentesco del hombre
con todo el género humano; que no procede el parentesco de sangre o
germen, sino de la comunidad de inteligencia. Y olvidaste asimismo que la
inteligencia de cada uno es un dios y dimana de la divinidad. Que nada es
patrimonio particular de nadie; antes bien, que hijos, cuerpo y también la
misma alma han venido de Dios. Olvidaste también que todo es opinión; que
cada uno vive únicamente el momento presente, y eso es lo que pierde.


27. Rememora sin cesar a los que se indignaron en exceso por algún
motivo, a los que alcanzaron la plenitud de la fama, de las desgracias, de los
odios o de los azares de toda índole. Seguidamente, haz un alto en el camino
y pregúntate: «¿Dónde está ahora todo aquello?». Humo, ceniza, leyenda o ni
siquiera leyenda. Acudan al mismo tiempo a tu espíritu todas las cosas
semejantes, así por ejemplo, cual fue Fabio Catulino en la campaña, Lucio
Lupo en sus jardines, Estertinio en Bayas, Tiberio en Capri, Velio Rufo y, en
suma, la superioridad presuntuosa en cualquier asunto. ¡Cuán ruin era todo el
objetivo de su esfuerzo y cuanto más propio de sabio es el ser justo,
moderado, el ofrecerse simplemente sumiso a los dioses en la materia
concedida! Porque la vanidad que se exalta bajo capa de modestia es la más
insoportable de todas.


28. A los que preguntan: «¿Dónde has visto a los dioses, o de dónde has
llegado a la conclusión de que existen, para venerarlos así?». En primer lugar,
son visibles a nuestros ojos. Y luego, tampoco yo he visto alma y, sin
embargo, la honro; así también respecto a los dioses, por las mismas razones
que compruebo su poder repetidas veces, por éstas constato que existen y los
respeto.


29. La salvación de la vida consiste en ver enteramente qué es cada cosa
por sí misma, cuál es su materia y cuál es su causa. En practicar la justicia
con toda el alma y en decir la verdad. ¿Qué queda entonces sino disfrutar de
la vida, trabando una buena acción con otra, hasta el punto de no dejar entre
ellas el mínimo intervalo?


30. Una sola es la luz del sol, aunque la obstaculicen muros, montes,

incontables impedimentos; única es la sustancia común, aunque esté dividida
en innumerables cuerpos de cualidades peculiares; una es el alma, aunque
esté dividida en infinidad de naturalezas y delimitaciones particulares. Una es
el alma inteligente, aunque parezca estar dividida. Las restantes partes
mencionadas, como los soplos y los objetos sensibles, carecen de sensibilidad
y no tienen relación de parentesco mutuo; sin embargo, también a aquellas las
contiene el poder unificador y el peso que las hace converger. Y la
inteligencia en particular tiende a lo que es de su mismo género, y se le une, y
esta pasión comunitaria no encuentra impedimentos.


31. ¿Qué pretendes? ¿Seguir viviendo? ¿Percibir las sensaciones, los
instintos? ¿Crecer? ¿Cesar de nuevo? ¿Utilizar la palabra? ¿Pensar? ¿Qué
cosa entre esas te parece que vale la pena echar de menos? Y si cada una de
éstas te parece bien despreciable, inclínate finalmente a ser sumiso a la razón
y a Dios. Pero se oponen el honrar estas cosas y enojarse por el hecho de que
con la muerte se nos privará de estas mismas facultades.


32. ¿Qué pequeña parte de tiempo ilimitado y abismal se ha asignado a
cada uno? Pues rapidísimamente se desvanece en la eternidad. ¿Y qué
pequeña parte del conjunto de la sustancia, y qué ínfima también del conjunto
del alma? ¿Y en qué diminuto terrón del conjunto de la tierra te arrastras?
Considera todas esas cosas e imagina que nada es importante, sino actuar
como tu naturaleza indica y experimentarlo como la naturaleza común
conlleva.


33. ¿Cómo se sirve de ti el guía interior? Que en eso radica todo. Y lo
demás, dependa o no de tu libre elección, es cadáver y humo.


34. Lo que más incita a despreciar la muerte es el hecho de que los que
juzgan el placer un bien y el dolor un mal, la despreciaron, sin embargo,
también.


35. Para la persona que considera bueno únicamente lo oportuno y para

quien es igual ejecutar muchas acciones de acuerdo con la recta razón que
unas pocas, y para quien es indiferente contemplar el mundo más o menos
tiempo, para ese tampoco la muerte es temible.


36. ¡Buen hombre, fuiste ciudadano en esta gran ciudad! ¿Qué te importa,
si fueron cinco o tres años? Porque lo que es conforme a las leyes, es igual
para todos y cada uno. ¿Por qué pues, va a ser terrible que te destierre de la
ciudad, no un tirano, ni un juez injusto, sino la naturaleza que te introdujo? Es
algo así como si el estratego que contrató a un comediante, lo despidiera de la
escena. «Mas no he representado los cinco actos, sino sólo tres». «Bien has
dicho. Pero en la vida los tres actos son un drama completo.» Porque fija el
término aquel que un día fue responsable de tu composición, y ahora lo es de
tu disolución. Tú eres irresponsable en ambos casos. Vete, pues, con ánimo
propicio, porque el que te libera también te es propicio









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